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domingo, 21 de junio de 2009

Ayuda buena, ayuda mala(21.06.09)

Ayuda buena, ayuda mala.

Manfred Nolte

Pese a su corta edad, Dambisa Moyo, nacida y criada en Lusaka, Zambia, ostenta un currículo prometedor: ocho años en Goldman Sachs, tras una estancia de dos en Washington como consultora del Banco Mundial. Posee un master por Harvard, y es Doctora en economía por la Universidad de Oxford.

Su reciente libro, “Dead Aid”, (ayuda muerta), figura en la lista de “best-sellers” del New York Times. La revista “Time” la incluye entre las 100 personas mas influyentes del planeta.

En su obra, Dambisa Moyo sostiene que el reto mas importante que encara en la actualidad la agenda del desarrollo consiste en destruir el mito de que la ayuda sirva para algo. Las sumas que occidente destina de forma regular al alivio de la pobreza, en particular del África subsahariana, no solo no aportan los beneficios previstos, sino que se erigen en uno de los principales obstáculos para el despegue económico del continente.

Aunque excluye la ayuda humanitaria que se moviliza en respuesta a calamidades repentinas, así como la dispensada a través de las ONGs u otros circuitos privados, la publicación ha desatado una formidable reacción en amplios estratos de la sociedad civil y organizaciones de ayuda al desarrollo. Resulta inadmisible, según estas, que el objetivo secular de redistribuir al sur el 0,7% del PIB central, ampliamente consensuado en el seno de Naciones Unidas, reciba tan inoportuno varapalo por parte de la joven economista zambiana.

El concepto de “eficacia” de la ayuda es antiguo en la praxis del desarrollo. La Declaración de París (2005) y la Agenda de Accra (2008), recogen institucionalmente el debate de la cuestión, enfatizando que calidad y eficacia son factores de mayor relevancia que las meras cantidades distribuidas.

Tampoco es nuevo el enfoque escéptico o aun pesimista de la filantropía como promotora de la precariedad. Autores como Bauer, Collier, Easterly, Barder, Birdsall, Clemens, y Moss entre otros se han posicionado, con matices diversos, en favor de esta tesis.

Dambisa Moyo declara que las ayudas asiduas, en ausencia de infraestructura institucional –la que se conoce con el término de “gobernanza”- ,pueden reducir el ahorro y la inversión de los beneficiarios, crear una cultura de dependencia, debilitar su sector exportador a través del llamado “mal holandés”, reducir la competitividad perpetuando la pereza de los gobernantes, e incapacitar la creación de un incipiente sistema fiscal, entre otros efectos perniciosos. La ayuda exterior, alega, supone anualmente el 13% del PIB de África y hasta el 60% de sus presupuestos estatales, y aun así 700 millones de sus pobladores siguen atrapados en la necesidad extrema.

Aunque algunas de estas afirmaciones son asumibles, el estado del arte actual no distingue entre ayuda sí/ayuda no, -muy pocos cuestionan el doble imperativo moral y económico de la ayuda-, sino entre ayuda buena/ayuda mala, y hacia dónde y cómo dirigirla para conseguir los máximos retornos tanto para los contribuyentes de los países donantes como para los receptores de la misma.

En su diagnóstico, la autora-revelación realiza una presentación estadística confusa y selectiva que ha provocado la réplica fulminante de especialistas en desarrollo, poco sospechosos de conservadurismo, como es el caso de Jeffrey Sachs. Ni los índices de penuria, ni la evolución del PIB presentados concuerdan con fuentes oficiales. Adicionalmente, los 48 países de la región subsahariana han registrado trayectorias tan dispares que no se someten al simplismo de la generalización.

Nadie puede cerrar los ojos a los avances significativos registrados en áreas como la mortandad infantil, educación de adultos, escolarización primaria, potabilización de aguas, maternidad, combate de epidemias y un largo etcétera, que se autojustifican con las estadísticas en la mano. Y a la postre, la ayuda destinada al continente africano desde 1960 hasta la fecha arroja la cantidad de 35 dólares por persona y año. No parece una cifra tan desorbitada como para constituirla en el primer objetivo para superar la trampa de la indigencia .

Discrepando del diagnostico de Moyo, existe acuerdo, sin embargo, sobre buena parte de su corolario prescriptivo: la ayuda solo puede ser un fragmento, discriminante y transitorio, de la financiación del desarrollo. Esta afirmación resume los contenidos del Consenso de Monterrey (2002) y de la Declaración de Doha (2008). La ayuda no es la receta universal que proclaman algunos. Pero tampoco puede admitirse que esté en la raíz del desamparo de África, como sostiene Dambisa Moyo. Después de todo, ella misma accedió a Harvard con una ayuda de estudios que la ha lanzado a un estrellato controvertido y, para muchos, descorazonador.

domingo, 7 de junio de 2009

Cambio de Paradigma(07.06.09)

Cambio de Paradigma.

Manfred Nolte.

Las crisis son endémicas al capitalismo. Una afirmación tan obvia y tautológica como aquella del celebrado Groucho Marx que señalaba al matrimonio como a la causa fundamental del divorcio. El sistema de asignación de recursos con sujeción a las reglas y artimañas de la oferta y de la demanda promueve épocas doradas de expansión, a las que suceden otras de tribulaciones, recortes del producto, recesiones, y en ocasiones puntuales, como en los años 30 del siglo pasado, una gran depresión. La economía reviste una trayectoria sinusoidal y no lineal, y en eso imita el biorritmo de la naturaleza, aunque esta, como madre que es, actúe de modo mas pautado y comprensible.

Llueven guijarros, por lo que produce reparo augurar que en algún momento escampará, pero aún así, podríamos preguntarnos qué se adivina tras el ciego recodo del ciclo, qué restos del naufragio serán aprovechables para reanudar la faena productiva y cuáles anticipan cambios de alguna magnitud.

A primera vista no parecen intuirse nuevos paradigmas, como los que provocaron las revoluciones demográficas del XVIII y XIX, alumbrando el maquinismo y la revolución industrial y el posterior surgimiento del marxismo, fruto de la eclosión del proletariado urbano. O aquella genial revelación de John Maynard Keynes, abogando en plena carrera hacia la bancarrota por estimular el gasto global en lugar de invocar austeridad y ahorro, que parecía mas lógico y natural.

Cuesta mucho cambiar de paradigma, esa forma de pensar colectiva que otorga al grupo referencia y estabilidad. Al que empuña un martillo, le apetece estar entre clavos.

Se habla mucho de cambiar de modelo económico, pero eso son palabras mayores. En economía política solo se reconocen los modelos tradicionales de libremercado, de plan central y economía mixta. No parece que nadie esté planteando variaciones del menú, sino cambios de ciertas políticas productivas o sociales, o de pesos sectoriales o suavización o endurecimiento de estructuras. Pero siempre dentro del paradigma vigente: la economía de mercado. Mas de lo mismo, aunque, si es posible, de forma más eficaz.

Salvada la proposición mayor cabría aventurar algunos hitos de inflexión en el sistema de relaciones dominante. Citemos tres.

Por ejemplo el direccionamiento del Sector Publico en determinados sectores, como el financiero. Para cierto tamaño -demasiado grande para fallar- el Estado se ha erigido en el garante de su viabilidad. Ello, lejos de apuntalar el modelo lo debilita, ya que al agravio comparativo producido por unas ayudas de estado tradicionalmente proscritas, premiando al malo en detrimento del bueno, añade un mensaje asimétrico. La moneda está trucada: cara gano, cruz pierdes. Beneficios para el accionariado, pérdidas socializadas. Esta herida cerrada en falso, tras la terapia paliativa de una mayor regulación y supervisión, precisará en su caso de la cirugía de la nacionalización.

Menores dudas suscita la calidad del próximo ciclo productivo: será sostenible o no será nada. En la actualidad el mundo está sometido no a una única, sino a una serie encadenada de crisis. Energía, alimentos y clima son, junto a las finanzas, otras tantas palabras clave que presagian graves amenazas para las vidas y el sustento de millones de personas , desafiando la estabilidad de la economía global.

Aunque la gobernanza mundial ha desviado tímidamente el peso del exclusivo club del G8 hacia el mas inclusivo del G20, con todo, las relaciones Norte-Sur tenderán a desglobalizarse durante un plazo indeterminado de tiempo. No cabe olvidar que el boom del consumo occidental fue financiado con los superávits por cuenta corriente de los países medios y en desarrollo, ya que sus flujos netos de capital retornaban como reservas a los países de origen, alimentando la base monetaria de occidente. Pero el capital destinado a las economías emergentes se desplomará en 2009 y con el sus reservas y potencial de demanda. Por ello la salida de la crisis será necesariamente lenta.

Por el contrario, las relaciones Sur-Sur conocerán una época de prosperidad, lideradas por la actuación de China y otros países emergentes en el continente africano, tanto en inversiones directas, como en ayudas crediticias.

Las crisis seguirán sucediéndose. Saldremos del infierno de la actual, pero en algún momento el animal incontrolado que hiberna en el subconsciente del mercado, volverá a actuar sembrando estragos y dolor.

Sin nuevos paradigmas, gurús y gobernantes dispensan recetas a discreción. El ciclo se cobra su peaje impasible y recurrente, y John Lennon advierte que “la vida es eso que pasa mientras estamos ocupados haciendo otros planes”. Uno de ellos pudiera gestar el modelo rotundo y definitivo.