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domingo, 21 de noviembre de 2010

G20 y nueva Gobernanza mundial.(El Correo 21.11.10)

G20 y nueva Gobernanza mundial.

Manfred Nolte

Rara vez las cumbres son escenario de algún hito memorable.

La conferencia de Jefes de Estado y de Gobierno del G20 celebrada la semana pasada en la capital coreana no pasará a la historia por el calado de sus consensos. Mas bien, la deprimente impresión que ha dejado traslucir es la de un encuentro entre políticos del máximo rango donde las palabras huecas, los gestos sonrientes y los apretones de manos han concluido en el inveterado pelotazo hacia delante.

Tras Toronto, la ciudad que testificó la rendición incondicional de las políticas de estimulo frente a las de austeridad, el G20 no está en sus horas mas afortunadas. Al espíritu de unidad forjado tras las declaraciones de Washington y Londres ha sucedido el de recelo y las divisiones políticas han sustituido a las iniciativas concertadas. “La de Seúl es la primera cumbre de la segunda etapa del G20”, ha aventurado Dominique Strauss Kahn.

La ”Declaración de los líderes de la Cumbre de Seúl”, nos advierte que “debemos permanecer vigilantes” y que “los riesgos persisten”. Sin embargo la ausencia de acuerdo en los grandes temas se ha constituido en su gran protagonista.

El contencioso surgido en torno a la ‘guerra de las divisas’, que se encuentra aún en sus prolegómenos, ha supuesto un claro varapalo para el gigante americano, algo impensable tan solo cinco años atrás. China ha resistido las exigencias de Washington para que aprecie el tipo de cambio del yuan y ha encontrado unos aliados inesperados en Alemania y Brasil para criticar el plan federal de relajación monetaria inyectando miles de millones de dólares en su economía. Ninguna alusión escrita a cualquiera de los dos sucesos, mientras se proclama la importancia del “reequilibrio” de la economía global, la “coordinación” de las políticas y la abstención de utilizar “devaluaciones competitivas”. Aunque China y Estados Unidos son los ‘grandes jugadores’ del litigio de las divisas, otras naciones harán igualmente lo posible para reducir el valor de sus monedas, estimular sus exportaciones y crear más empleos, lo que se torna en la crónica anunciada de un conflicto mayor.

Los líderes del G20 han rechazado igualmente la propuesta americana para establecer límites a los déficits y superávits comerciales, haciendo un llamamiento a unas vagas directrices no siempre inteligibles. Gran parte de las economías emergentes dinámicas, que crecen a ritmos superiores al 6% atraen capitales masivos que inciden en una apreciación indeseada de sus monedas y de su relación de intercambio. Como reacción, algunos países están imponiendo diversas formas de controles de capital que pueden desatar una reacción en cascada de proteccionismo, abortando otras iniciativas convenidas, como la de la culminación de la ‘Ronda Doha’.

Seúl ha ratificado gran parte de las propuestas del Consejo de Estabilidad Financiera y del FMI para la reforma del sistema financiero, en particular los acuerdos de Basilea III con un plazo de adaptación hasta 2019. Sorprende, con todo, que el club de los selectos se conceda 6 años más para la reconstrucción de su tejido bancario que para la reducción de los déficits presupuestarios. Se desconoce la definición de ‘entidad sistémica’, su enumeración y los requisitos de capital y funcionamiento que habrán de cumplir, extremos todos que registran un apreciable retraso respecto de las fechas inicialmente planificadas para su implementación.

En cuanto a las políticas de desarrollo del sur, el G20 ha formulado un ambicioso plan reemplazando los rutinarios postulados liberales por otros más orientados al crecimiento, a la movilización del ahorro interno y a la creación de infraestructuras en los países menos favorecidos. Excelente iniciativa. Pero ,por el contrario, ni una referencia a la eliminación de aranceles o cuotas ni al acceso a los mercados occidentales por parte de los países necesitados, algo que estaba previsto en el borrador oficial. Y, sorprendentemente, ni rastro de la tasa sobre las transacciones financieras u otros impuestos globales alternativos sobre los que se había solicitado dictamen al FMI y que resultan claves para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio o para combatir el cambio climático.

El desplazamiento del centro de gravedad político y económico hacia los países emergentes dinámicos reabre el debate sobre la armonización y el equilibrio planetarios.

El mundo padece la ausencia de un líder económico global capaz de desempeñar los roles identificados por Charles Kindleberger. Por razones obvias Estados Unidos no puede representar ese papel y no existe una alternativa evidente. Por eso la coordinación es tan crítica en estos momentos para el capitalismo internacional. Una coordinación sustentada en una nueva Gobernanza que no parece pivotar en el G20 y que no se acaba de atisbar.

domingo, 7 de noviembre de 2010

G20:¿Hacia una nueva 'lex bancaria'? (El Correo 07.11.10)

G20: ¿Hacia una nueva ‘lex bancaria’?

Manfred Nolte

Entre los candentes temas incluidos en la próxima agenda del G20 en Seúl, dos se refieren a la profesión bancaria. Ambos, y sus correspondientes líneas de acción, aspiran a estabilizar primero y prevenir después los fracasos corporativos o sistémicos del sector.

La actualidad del asunto se redobla cuando voces de las más altas instancias internacionales, desde la FED estadounidense al Banco Central Europeo, la Unión Europea o el FMI , coinciden en alertar que la crisis instalada en esta cardinal parcela de la economía dista mucho de estar superada.

Como es sabido, las propuestas giran en torno a una más severa regulación de la capitalización de las entidades y/o a su sometimiento a nuevas figuras fiscales.

En relación a la regulación prudencial, en setiembre de 2010, el ‘Comité de Supervisión bancaria de Basilea’ presentó un cuerpo de nuevas reglas proponiendo definiciones estrictas del capital de los bancos, la introducción de un ratio de apalancamiento y provisiones que actuasen de amortiguadores anticíclicos. El proyecto, de ser asumido, se implementará gradualmente a lo largo de seis años a partir de enero de 2013. Las recomendaciones del ‘Comité de Supervisión’ se trasladarán al pleno del G20 en Seúl junto a otras del ‘Consejo de Estabilidad Financiera’ acerca de las ‘Instituciones Financieras de relevancia sistémica’.

En lo que se refiere a nuevos impuestos, su mentor es el FMI quien sugiere varias alternativas de gravar al sistema financiero para que ‘contribuya justamente a la resolución de la crisis’, bien en forma de una tasa sobre el valor añadido generado por la industria, sobre sus pasivos bancarios velando por la correcta y congruente financiación del balance o incluso sobre el granel de sus transacciones financieras.

Lo anterior representaría el colofón exitoso de una reforma perseguida por la comunidad de países durante los últimos dos años, si no fuera porque tras ella se oculta la trampa de unas medidas procíclicas, esto es, que contribuyen a reforzar la perniciosa inercia de la coyuntura. En efecto: el Comité de Basilea fija los requerimientos de capital como un cociente entre capital y activos, posibilitando a los bancos la opción de incrementar dicho cociente no mediante la inyección de nuevo capital sino reduciendo su cartera de créditos y disminuyendo sus cifra de balance. Pero actuando así, son consumidores y empresas quienes corren con el coste de las reformas planteadas.

Prominentes ejecutivos bancarios han asignado a ‘Basilea III’ un efecto debilitador de la frágil recuperación económica. El ‘Lobby’ del sector, el ‘Instituto de Finanzas Internacionales’ ha aventurado que la nueva normativa podría reducir el crecimiento del PIB del G3 en tres puntos porcentuales. Y uno de sus más firmes detractores, el gobernador del Banco de Canadá, Mark Carney, ha cifrado en 13 billones de dólares el impacto de las medidas en la economías del G20.

Lamentablemente, cuantificaciones aparte, no solo cabe dar la razón a la representación sectorial en lo que hace a los nocivos efectos secundarios de las iniciativas propuestas sino que además resulta más que cuestionable que Basilea III sea capaz de prevenir una nueva crisis financiera.

Al margen de que las reglas ignoran las diferentes características y necesidades de la actividad bancaria en los países menos desarrollados, el planteamiento de base resulta asombrosamente simplista: elaborar mecanismos de resolución exigiendo a los gestores crear las correspondientes reservas microprudenciales para responder ante terceros en caso de siniestro, sin entrar en el tema de fondo de una acción normativa que prevenga del peligro potencial que determinadas operativas erróneas o aun fraudulentas puede acarrear a la propia entidad y a su radio de alcance sistémico.

De forma tímida, la ley Dodd-Frank, y en particular la llamada ‘regla Volcker’ han apuntado en la dirección acertada. La norma americana, limita en las entidades bancarias ‘comerciales’ determinadas prácticas como, por ejemplo, la negociación de divisas y otros activos a muy corto plazo (‘proprietary Trading’), así como la gestión de ‘hedge funds’ especulativos o la actividad de capital riesgo. Aparcando estos productos de escasa o nula utilidad social cabría liberar recursos de capitalización que redunden en mayores flujos de crédito en beneficio de la economía real.

Lo deseable y urgente sería, en consecuencia, que el G20 variase el rumbo hacia la definición de una nueva ´lex bancaria’ global. Una, en la que la supervisión normativa prime sobre una mera regulación aritmética, en aras de unas finanzas concebidas al servicio de la economía productiva.

La configuración actual de amplios segmentos de la Banca universal contiene tales ingredientes de disfuncionalidad, ineficiencia y riesgo, que los líderes del planeta harían bien en promover este tipo de alternativas.