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domingo, 25 de julio de 2010

G8: Promesas rotas. (El Correo 25.07.10)

G8: Promesas rotas.

Manfred Nolte


Stephen Harper, primer ministro canadiense, defensor acérrimo de la consolidación fiscal en boga, y anfitrión del G8 recientemente celebrado, convocó a los poderosos del planeta a la que él definió como ‘la cumbre de la responsabilidad’.

Al hilo de dicho eslogan tiene todo el sentido desempolvar las enseñas de los ausentes y preguntarse qué honor han hecho Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos a los acuerdos adoptados por el Club de los ricos en materia de ayuda al desarrollo, desde la ‘responsabilidad’ pregonada de la gobernanza global.

Porque la ‘Declaración de Muskoka’ es un ejemplo antológico de retórica vacía, de ratificación y solidaridad con los buenos deseos y ausencia simultanea de un inventario responsable de los resultados cosechados. Cuando estos se advierten insuficientes se entona un ambiguo ‘mea culpa’, se tacha al pasado de ‘inaceptable’ y se propina un nuevo pelotazo hacia un adelante sin delimitar.

La memoria institucional como la privada tiende a ser selectiva y ni siquiera el ‘Grupo de trabajo para la responsabilidad’ (AWG) creado en la cumbre de L’Aquila para hacer seguimiento de los compromisos del grupo en materia de cooperación parece haber activado las necesarias alarmas.

Retrocedamos a julio de 2005, cuando los máximos mandatarios del G8 reunidos en Gleneagles, alcanzaron un acuerdo para la condonación de la deuda exterior y ampliación de las ayudas financieras a los países pobres.

La cancelación total de la deuda a 43 ‘países pobres altamente endeudados’, se instrumentaría a través del FMI y Banco mundial en un programa titulado ‘MDRI’ y su cuantía ascendió a 63 millardos de dólares, de los cuales 40, “de forma inmediata”. Los fondos adicionales de asistencia al desarrollo al mismo colectivo, se cifraron en 50 millardos de dólares anuales, y de ellos la mitad irían destinados a África, hasta 2010.

Pero como ha denunciado Jeffrey Sachs, asesor especial del Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, e infatigable tutelante de los Objetivos de Desarrollo de Milenio para 2015, las promesas se han cumplido de forma cínica o fragmentada.

De una parte, en cuanto a la condonación de la deuda, el acuerdo ‘MDRI’, aún habiéndose llevado a cabo, ha resultado ser una mera artimaña contable al cancelar determinadas deudas históricas de los países en crisis sin posibilidad alguna de reembolso. En definitiva se ha tratado de una ‘quita’ que torna en derecho una situación secular de hecho. El propio Gordon Brown, anfitrión y comunicador de la propuesta reconoció que mediante estas medidas “se trataba de terminar con una farsa. Se va a interrumpir el cobro de la deuda y el flujo de nuevos fondos a estos países en idéntico importe. Se trata de un ejercicio de contabilidad y no de altruismo”.

En cuanto a las ayudas asistenciales el G8 ha cumplido su compromiso africano al 50%, 15 millardos de dólares en lugar de 30. La mayor parte de los fondos de ayuda del G8 se han dirigido a Irak y Afganistán, extremo que conviene puntualizar.

La vaciedad de las palabras de los lideres del G8 pone en riesgo el planeta. El año pasado prometieron combatir el hambre del sur con 22 millardos de nuevos fondos que aun no han entregado. Prometieron crear un fondo de emergencia para combatir el cambio climático que aun no se ha constituido. Estados Unidos, con ser el primer donante del globo contabiliza las mayores desviaciones entre promesas y desembolsos, entre palabras y realidad.

El tratamiento de esta amnesia interesada no es fácil de abordar. Muchos propugnan que el G8 como grupo debe desaparecer y ceder su puesto al G20. Pero la medida no es tan clara como pudiera aparentar. De una parte el G8 concentra al núcleo del poder económico mundial y lo convierte en el donante idóneo, en el mecenas por antonomasia. En segundo lugar, la ampliación de la agenda del G20 a temas distintos de la superación de la crisis financiera global, el desencadenante de la cumbre de Washington, plantea serios problemas conceptuales de gobernanza y legitimidad que no pueden atropellarse sin mas.

A los líderes mundiales les falta por entender que los compromisos para combatir la pobreza, el hambre, la enfermedad, la incultura o el cambio climático son cuestiones de vida o muerte y que requieren una gestión responsable, comprometida y profesionalizada para su implementación.

El mundo de los desfavorecidos requiere verdadera responsabilidad, no palabras vacías sobre responsabilidad. La solidaridad no es un lujo para tiempos de bonanza ni una limosna cuando las arcas están llenas, sino una necesidad vital suscrita por los poderes públicos bajo el principio de la justicia y del imperativo moral.

domingo, 4 de julio de 2010

Toronto 2010: Pactando el desacuerdo. (El Correo 04.07.10)

Toronto 2010: Pactando el desacuerdo
Manfred Nolte

El pasado Domingo concluía en Toronto la cuarta reunión de los jefes de gobierno del G20 desde el inicio de la Crisis económica global.

Nueve meses antes, en Pittsburgh, los líderes mundiales acariciaban la idea de que lo peor de la recesión quizás quedase atrás y que el mundo avanzaba por la senda de la recuperación. Atribuyendo dicho resultado a la acción concertada y vigorosa de todos sus miembros no dudaron en definir al G20 como ‘el primer foro de la cooperación económica internacional’.

Sin embargo, antes de que la regeneración económica pudiera hacerse realidad, los mercados ha sufrido un nuevo y grave contratiempo en forma de crisis fiscal traducida en un vehemente rechazo a determinados activos soberanos, en particular de la periferia europea, cimentado, a su vez, en los altísimos déficits fiscales incurridos por sus emisores.

Esta dislocante disyuntiva ha conducido al Club de los 20 a un serio contratiempo, si no a un fracaso relativo.

A la sólida unanimidad de las posturas exhibidas en las tres reuniones anteriores, Toronto ha contrapuesto el resquebrajamiento del consenso internacional y una declaración llena de grietas. Canadá y Europa han mostrado su rostro mas impávido al postular, sin concesiones, la primacía de la consolidación fiscal, frente a la tesis de Obama, Brasil y otros emergentes que insistían en prorrogar las políticas de ayudas para asegurar el despegue aun incipiente y reversible de la actividad económica mundial.

Para redactar el Comunicado oficial de la cumbre, sus miembros han practicado un sutil ejercicio de funambulismo deslizándose por la tensa cuerda que conecta las posiciones antagónicas citadas. Finalmente, como término de equilibrio, las economías avanzadas promoverán “planes de consolidación fiscal favorables al crecimiento” comprometiéndose a “reducir a la mitad sus déficits fiscales para 2013 y estabilizar o reducir las ratios de deuda publica a PIB para 2016”. Pero puntualizando que “las medidas se implementarán a nivel nacional, ajustadas a las circunstancias individuales de los países”. Frases impecables firmadas con pulso de cirujano.

En realidad, los políticos se han limitado a ser mensajeros de una antigua rivalidad académica entre “austeros” (‘austerians’) y “estimulantes”. El primero reproduce un concepto recuperado de la reserva de la escuela austriaca(Friedrich Hayek y Ludwig Von Mises) y se refiere al recorte drástico de los déficits en tiempos de recesión, ejemplificado en las políticas liquidacionistas americanas puestas en practica por Hoover en 1929-30.

Krugman es un notable representante de la casta académica que postula imperiosamente la acción contraria: continuar con las acciones de estímulo, en especial las de corte fiscal. Mundel y Fleming modelizaron la relación demostrando que una contracción fiscal de un área de moneda flotante es perjudicial para el crecimiento del resto del mundo.

Está claro que el debate entre creación de empleo y consolidación fiscal es estéril y falso. La única divergencia estriba en el momento y la gradualidad de las acciones, en la secuencia de pulsado entre acelerador y freno dell vehiculo económico global. ¿Por qué, entonces, el desencuentro político y la fragmentación intelectual de la cumbre?

Hechos objetivos e ideologías se entreveran en la determinación de las decisiones. Como ha precisado Raghuram Rajan en su reciente publicación ‘Fault Lines’, los grandes acuerdos no pueden contraerse al margen de la ‘lucha de sistemas’. Las diferencias ideológicas previenen los consensos económicos
En los 80 y los 90 se cotizaban los mercados libérrimos. El Comunismo desaparece, China e India abrazaban el capitalismo y occidente exalta el Consenso de Washington. Luego aparecen las primeras hendiduras del edificio con las crisis mejicana y asiática. En 2008,tras la orgía financiera, la evidencia activa la decisiva intervención estatal.
Aunque la Declaración del G20 salva la paz, Toronto 2010 marca el inicio de un giro ideológico, y la moda política retorna firmemente desde la actuación beligerante del estado hacia el patrocinio soberano de los mercados.

Por si alguien albergaba alguna duda, un impuesto coordinado y global a la gran Banca ha quedado aplazado sine die, Trichet acaba de reducir de 12 a 3 meses el plazo de inyección de liquidez a los bancos de la eurozona y el BIS proclama que ha llegado la hora de eliminar las “distorsiones” provocadas por “instrumentos de políticas monetarias no convencionales”.

Una política agresiva de austeridad constituye el santo grial del último G20. Atrás queda no solo el pomposo marco para un crecimiento fuerte y sostenido sino el visto bueno a unas acciones publicas que ahora se tildan de ineficientes o cuando menos de desmesuradas. Lo que sea sonará, pero sería imperdonable que se dispare nuevamente la sirena del accidente multitudinario y sistémico, medido en clave de depresión económica.