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domingo, 6 de junio de 2010

La otra cara de Adam Smith. (El Correo 06/06/10)

Adam Smith en perspectiva.

Durante 150 años el historial de las doctrinas económicas quedó reducido a simples anotaciones a pie de página de la obra central de Adam Smith: ‘Indagación acerca de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones’ publicada en 1776, y considerada la biblia de los economistas. Debió transcurrir siglo y medio para encontrar una creación de análogo corte revolucionario, inspirada en el paro agónico de Gran Bretaña entre las dos guerras mundiales y que lleva por título ‘La Teoría General del Empleo, el interés y el dinero’, aparecida en 1936 y cuyo autor, como es de todos sabido, no es otro que John Maynard Keynes.

Un Keynes redivivo, cuyas prescripciones han sido observadas sin pestañear y en megadosis durante la presente crisis, ha consolidado la vigencia del intervencionismo en el recetario de la política económica de último aliento. Ni los monetaristas más radicales, que han visto igualmente respaldados sus postulados con la política de tipos de interés deprimidos y de ‘suavización cuantitativa’ de los agregados monetarios, discuten la validez de las conclusiones y terapias propuestas por el ilustre profesor de la Universidad de Cambridge, para entornos dramáticos como los que padecemos.

La imagen del escocés está mas dañada. El desencanto generalizado ante la pretendida eficiencia de los mercados, y la indignación que ha estallado en amplísimos colectivos sociales ante las conductas depredadoras de una casta de intermediarios financieros que se encuentra en la base de la presente hecatombe sistémica, arrastra la cotización del académico de Glasgow a la baja. Su famosa ‘mano invisible’ concita hoy burla y desaliento.
Pero la interpretación habitual de Adam Smith como el gurú del propio interés solo se sustenta en un par de frases anecdóticas y episodios didácticos de todos conocidos que evitaremos reproducir aquí y que no son el reflejo de su personalidad integral. Las citas mas célebres se refieren a la teoría del intercambio económico y poco tienen que ver con la esencia de su legado teórico.
Identificar a Smith con el adalid del capitalismo es un despropósito. De hecho, la expresión ‘capitalismo’ no aparece ni una sola vez en su obra escrita. Menos aun se justifica que ese pretendido capitalismo descanse en un mecanismo de mercado guiado por el puro concepto del beneficio propio. Un mercado de funcionamiento transitivo y ‘en orden’ es una condición necesaria pero insuficiente.
Smith arremete contra determinadas “comisiones” –acciones- de la economía de mercado sin excluir sus importantes “omisiones”. Se muestra contrario a un intervencionismo de los mercados ‘excluyente’ pero alienta el de corte ‘incluyente’ para ocupar parcelas que estos dejen huérfanas o mal atendidas.
Se erige en promotor de la igualdad de oportunidades y de la ausencia de posiciones dominantes, “cada individuo posee un derecho de propiedad sobre su persona y sobre la propiedad que crea con su trabajo”. Pero adicionalmente advierte que “también lo tiene para verse libre de la agresión de otras personas”. El orden moral natural estabiliza los mercados. Si estos fracasan , hay que buscar la razón en las tropelías a las que se les somete cuando se incumplen las reglas básicas de juego, generando reacciones de caos, desigualdad e injusticia. “La justicia –afirma- es el pilar básico que sostiene la totalidad del edificio social”.
Su defensa del trabajo como la principal mediada del valor, aunque limitada, es innovadora y la acusada sensibilidad que demuestra respecto de las clases desfavorecidas queda reflejada en múltiples pasajes de su obra. Profundamente preocupado por las leyes que regulan la presencia de los menesterosos en los espacios públicos no duda en apoyar intervenciones en su favor. En un determinado pasaje -capitulo X- formula un juicio que no puede sino dejarnos confundidos: “Cuando las reglamentaciones son a favor del trabajador y del obrero siempre son justas y equitativas; pero no acontece lo mismo cuando favorecen a los patronos”. Este bosquejo de una teoría de la distribución muestra que las simpatías de Smith no están del lado de gobernantes y terratenientes sino de los asalariados, a los que juzga “explotados”.
Adam Smith fue un filósofo moral en primer lugar, y en segunda instancia- aunque de ello se derivase su mayor notoriedad- un intérprete y organizador del intercambio social. ‘La Riqueza de las Naciones’ contiene su ética política mientras ‘Teoría de los Sentimientos Morales’ –un libro menos conocido pero que Smith siempre reputó superior- descubre su ética personal.
Su mensaje no debería devaluarse ni confundirse: la rebelión general de los mercados es la consecuencia de la contaminación irreparable a la que se han visto sometidos. Restituirlos a su marco natural es la tarea de unas normas justas universalmente aplicadas.

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