La nueva normalidad.
Manfred Nolte
Advertía Carl Jung, el insigne psiquiatra y ensayista suizo que “abordamos de forma desprevenida las sucesivas etapas de la vida. Más aun: pensamos que las verdades que nos han servido hasta el momento seguirán sirviéndonos siempre. Pero lo que era verdadero por la mañana, por la tarde se habrá convertido en mentira.”
Y es que en cada hombre se halla un epígono que sigue las huellas de otro, o de una escuela o estilo de una generación anterior. Aunque los ciclos sean benignos, el espejismo dominante evita reconocer la limitada efectividad de una respuesta que aboga por hacer más de lo mismo para hacer frente a las mutaciones de la coyuntura. Al resetear el modelo, lo que tenemos delante es invariablemente diferente de lo previo.
El conductismo económico detalla las razones por las cuales las personas y las instituciones se tornan rehenes de una inercia activa. Tiene que ver con aspectos tales como marcos mentales inapropiados y un sobredimensionamiento innato de lo que constituye en cada agente económico su ‘zona de confort’. Esta zona repele la novedad y con ella el cambio, por el riesgo que implícitamente acarrea. Solo se añora el ‘Business as usual’: lo de siempre.
El mundo encara en la actualidad un complejo proceso de recuperación económica.
La gran crisis fue un producto larvado muchos años atrás en los acusados desequilibrios globales que crearon la base de un marco de liquidez sin coto para los países centrales.
A partir de ahí el triste mérito recae en el sector bancario, con unos registros insólitos en el apalancamiento de sus balances, en un escenario de distribución frenética de productos ponzoñosos mal entendidos por sus compradores, con marcos prudenciales insuficientes, negligentemente supervisados por las autoridades de tutela y calificados a su libre arbitrio por el perenne e inaudito monopolio de las agencias de ‘rating’.
El ‘frenazo en seco’ producido hace dos años en la actividad financiera fulminó el crédito y de rechazo a la economía real, con las secuelas que hoy padecemos de bajo o nulo crecimiento, alto desempleo, y un cuestionamiento del estado del bienestar que amenaza seriamente a las redes protectoras sociales. La novedad reside en que el médico se contagia y los Bancos centrales corren el peligro de verse afectados por la toxicidad de la operativa en la que intervienen. Los inversores abjuran del riesgo público y los Estados entran en barrena fiscal.
Estas fragilidades se muestran también a nivel de gobernanza. La clave mancomunada del éxito del rescate, fijada en Londres 2009, registra una senda de claros retrocesos. A aquella cerrada respuesta global están sucediendo crecientes fricciones proteccionistas como la guerra de las divisas o debates simplistas entre políticas de estímulo o frugalidad.
Las expectativas precisan de un cambio para evaluar el potencial del paradigma en transición. La clase política parece no advertir que el declive que atravesamos es fundamentalmente diferente de las recesiones de décadas anteriores. No consiste en otro giro del ciclo de negocios sino en una reestructuración del orden económico.
La nueva normalidad, que convivirá durante años con niveles de crecimiento modestos, y altas tasas de desempleo, anticipa alguno de sus rasgos.
Por ejemplo, un rol creciente del estado con reestructuraciones regulatorias problemáticas y ello no solamente, aunque si de forma incisiva, en el sector financiero, lo que combinado al desapalancamiento progresivo y a la mayor exigencia en la asunción del riesgo de este último, alentará un retorno al viejo estilo de una mayor capitalización de las empresas. Tal vez, con liderazgo suficiente, se acometa de una vez por todas la transformación radical de las estructuras bancarias reconduciéndolas al solo objetivo de explotar productos de probada utilidad social.
Descartado el consumo como motor del crecimiento mundial, asistiremos a una economía desacoplada donde la riqueza y la producción migrarán hacia el hemisferio emergente. Acogerá, con recursos más escasos, una sociedad crecientemente longeva. Y se enfrentará al coste de la reversión del cambio climático no exento de prolongados sacrificios.
El nuevo paradigma muda las tendencias de la etapa anterior: de la globalización, la desregulación y el apalancamiento al desapalancamiento, la desglobalización y la re-regulación.
Los historiadores del futuro narrarán con admiración como se gestionó de forma concertada la enérgica recuperación financiera de la gran crisis del milenio, que evitó el colapso del sistema.
Pero probablemente sean mucho menos generosos al evaluar la miopía mostrada por los gobernantes frente a los cambios mentales requeridos para asumir y consolidar la nueva normalidad económica.
Habiendo ganado la guerra, -consignarán- las sociedades industriales estuvieron a punto de perder la paz.
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