La cara oscura del microcrédito.
Manfred Nolte
Cuando Muhammad Yunus visitó Bilbao en octubre de 2003 ya portaba la aureola del líder carismático. Aun no había sido declarado Nobel de la Paz, pero su presencia en el palacio Euskalduna, para el lanzamiento del proyecto ‘Solidarioa’, el Banco social promovido por BBK, congregó a un variopinto colectivo de simpatizantes, que veía en Yunus al santo de nuevo cuño, al Gandhi de una cruzada pacífica contra la pobreza y la exclusión.
En el auditorio, con tono metódico fue desgranando las páginas sucesivas de una construcción antológica: ‘Grameen Bank’, literalmente ‘el banco de las aldeas’, el banco de los pobres. En 1976, Yunus, catedrático de economía en la Universidad de Chittagong (Bangladés), realiza un experimento pionero asignando 27 dólares a 42 mujeres de un poblacho colindante al campus: Zobra. Una irrisoria suma de dinero –el primer microcrédito de la era moderna- concedido sin garantía colateral, pero siempre con el compromiso colectivo de cuatro o cinco personas, que les permitirá, con dosis adecuadas de ingenio y perseverancia, iniciar la huída de la trampa de la pobreza. Pequeños utensilios fabriles, unas aves de corral, tal acopio de materias primas compartido y el milagro se produce. En Octubre de 1983, el proyecto se transforma en ‘Grameen Bank’, un banco independiente con una normativa y requerimientos adecuados a su misión. Dos representantes del Gobierno tomarán asiento en su Consejo.
‘Grameen’ es una historia de éxito. Con 2500 sucursales y 8700 millones de dólares en la cartera de préstamos, la tasa de morosidad apenas supera el 2%. Los beneficiarios son abrumadoramente mujeres, y el 94 por ciento de su capital está constituido por los propios titulares de sus créditos. El 6% restante pertenece al Gobierno.
Pero el ciclo, que todo lo transforma, ha envuelto al laureado, a su obra y a la propia dimensión del microcrédito, del que está mostrando su cara más oscura.
Abul Mal Abdul Muhit, ministro de finanzas de Bangladesh sostiene que Yunus es demasiado viejo para gestionar un Banco y que debe abdicar. Las presiones nacen de algunas alegaciones presentadas en un documental televisivo según las cuales Yunus desvió ilegalmente fondos destinados al ‘Grameen Bank’. ‘Grameen’ ha desmentido los cargos, y Noruega, el donante principal del Banco ha certificado la inexistencia de cualquier acción fraudulenta. Detrás de las apariencias parece esconderse una burda represalia promovida por políticos en ejercicio a los que el líder bengalí ha tachado en repetidas ocasiones de corruptos y por su conato de encabezar una formación electoral, empeño que no llegó a consumar.
Sin embargo, la auténtica fatalidad, la que ataca el centro neurálgico del proyecto radica en la proliferación de nuevas compañías de microcréditos, esta vez con declarado ánimo de lucro y que han introducido una dinámica de préstamos a tipos tan confusos como abusivos, alimentando el ‘riesgo moral’, estimulando a los prestamistas a seguir endeudándose con un marketing agresivo que en poco difiere del ‘mercado basura’ surgido en Estados Unidos en el prólogo de la gran crisis.
Este ‘subprime’ de los miserables ha desatado la indignación de Yunus, que tacha a los nuevos banqueros de ‘tiburones’, sobre todo a raíz de la cadena de suicidios –más de dos centenares- registrados en India, un país donde la deshonra por un impago se traslada de una generación a la siguiente. ‘Que no se autoproclamen ‘entidades de microfinanzas’’ ha implorado el Nóbel asiático, estos saqueadores que engañan, intimidan y extorsionan a clientes indefensos.
Para concluir enlazando con el sector más escéptico en relación a los sistemas de ayudas, ¿cómo se inscribe este fenómeno en la agenda global del desarrollo? Las microfinanzas solo son un fenómeno poético aunque sea de extraordinario aliento. La financiación de la pobreza elude tratar de sus causas primarias, entre las que no figura la exclusión del crédito sino, sobre todo, la exclusión del poder, de la participación democrática y del bien común. Las microfinanzas no abordan esta problemática.
Una mirada más atenta a innumerables agregados sociales del planeta, como el que ha desatado la reciente revolución social en Egipto, nos remite a una juventud desencantada, con aceptables habilidades productivas pero sin empleo, una generación que contempla en los medios de comunicación el brillo y boato de la prosperidad global aunque ella solamente sienta en sus carnes el cilicio de la redoblada austeridad neoliberal.
En Túnez, un joven graduado incapaz de encontrar trabajo improvisó un puesto de frutas y vegetales. Cuando la policía lo desmontó por carecer del correspondiente permiso, el muchacho prendió fuego a su cuerpo, y con él, a todo el norte de África. A los millones de jóvenes de su perfil y ambiciones, los microcréditos no van a conferirles un futuro razonable. Buscan desesperadamente un cambio estructural, la superación de desigualdades sórdidas y lesivas y el fin de los regímenes autoritarios que las toleran . Anhelan un futuro distinto, algo más que compasión, más que una mera conciencia de su propia pobreza aliviada o diferida.
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