‘James Stewart ha muerto’.
Manfred Nolte
“Jimmy Stewart is dead”, la versión inglesa del encabezamiento de este artículo, es el título original de una reciente publicación(Wyley, 2010) de Laurence Kottlikoff, un anónimo catedrático de economía de la Universidad de Boston que ha escalado niveles de popularidad debido a sus controvertidas tesis acerca de los requisitos de un sector financiero sostenible.
El título alude al papel de un banquero bueno, protagonizado por James Stewart en el filme ‘¡qué bello es vivir!’, una cinta irrepetible llena de fuerza, un clásico del cine dirigido por la mano maestra de Frank Capra.
James Stewart ha muerto y con él su personaje de celuloide, artífice de una forma honrada y modesta de hacer banca, que se reputa romántica e inusual. Pero se cita como emotivo recuerdo de un ejemplo que, definitivamente, fue mejor.
Para Kottlikoff, las amargas consecuencias de la crisis de origen bancario que padecemos, hacen detestable el actual diseño del sector, y por ello brinda su propia solución de futuro.
La alternativa se llama ‘banca restringida’.
La ‘banca restringida’ contiene dos ingredientes fundamentales: En primer lugar la creación de un único regulador-calificador de naturaleza pública que detenta la exclusiva tanto de la fijación de las calificaciones crediticias-’ratings’-, como de la regulación y supervisión del sector financiero en su acepción más amplia. Podría llamarse ‘Autoridad financiera central’.
En segundo lugar la conversión de todas las instituciones: bancos, cajas, ‘hedge-funds’, sociedades de capital riesgo, sociedades de valores y todo tipo de entidades parabancarias en una única categoría genérica de ‘fondos de inversión’, clasificados y diferenciados con posterioridad según su objeto y la naturaleza de su cartera.
La moraleja económica de la propuesta es muy simple. Si deseamos que los mercados financieros funcionen, deben desterrarse determinadas prácticas bancarias especulativas y restringir su objeto social a dos funciones cardinales: la mediación en el sistema de pagos y la interconexión entre prestamistas y prestatarios.
Descendamos al detalle.
La liquidez disponible en caja por las entidades financieras, en porcentaje de los depósitos a la vista, no será la cifra irrisoria que prescriben las normativas actuales, por lo general en torno al 2 por ciento. En el nuevo escenario pasaría a ser del 100 por cien.
Para asegurar la conexión de los mercados de ahorradores e inversores, las entidades crediticias empaquetarán activos de índole variada dentro de diversos fondos de inversión, comercializándolos entre sus depositantes. Conociendo en cada instante la calificación otorgada por la ‘Autoridad Financiera Central’, estos suscribirán participaciones en fondos de liquidez, de préstamos a ‘pymes’ o grandes empresas, de operaciones hipotecarias, graduados por plazo y riesgo, de rendimiento fijo o variable, con o sin ventanas de liquidez.
El referente es ‘Fidelity’, ‘Pimco’, ‘Dexia’ o cualquier otra marca respetada, distribuidora de fondos de Inversión. El modelo no es Bearn Stearns. No es Lehman Brothers.
Naturalmente, el Banco cobrará religiosamente comisiones por su tarea de intermediación. Y ello no significará que no pueda abordar operaciones arriesgadas, y especular donde lo juzgue conveniente, pero siempre por el monto de sus propios fondos, del dinero de su propiedad, sin comprometer el de sus depositantes. Pudiera el banco quebrar, pero los Fondos, con sus patrimonios respectivos, preservarían su autonomía, sin sufrir el contagio de su gestor depositario.
Con la adopción de una ‘Banca restringida’ las crisis financieras resultarían virtualmente imposibles. No solo por la plataforma de riesgo, cuya eliminación ha sido relatada. También por la plataforma de liquidez. La oferta monetaria sería controlada por los bancos centrales que venderían o comprarían títulos del tesoro, una vez que los bancos quedaran inhabilitados para aumentar o reducir el saldo de sus depósitos a través del multiplicador del crédito. Y lo que es igualmente relevante: la necesidad de capitalización de las entidades –el becerro de oro de las reformas en curso- pasaría a un discreto segundo lugar.
Los Bancos de Inversión, por su parte, se dedicarían a la consultoría , aconsejando a sus clientes en materia de fusiones, adquisiciones, IPOs, OPAs y demás sopas de letras, y las firmas de Brokerage de valores mediarían la compraventa de títulos a cambio de un corretaje. Ninguno de ellos podría invertir en las compañías de sus clientes. Los ‘Hedge Funds’ contribuirían a aquello para lo que fueron creados: la cobertura y limitación de los riesgos incurridos. Al igual que las aseguradoras. Las empresas de ‘rating’ privadas deberían reconvertirse.
El modelo de Kotlikoff, tan utópico como deseable, aliviaría alguna parte de la esquizofrenia mercantil de nuestra sociedad: un arquetipo desencajado que proclama su fe absoluta en el librecambio y el interés privado, pero que es incapaz de sobrevivir sin subsidios, garantías, coberturas de bienestar y de todo tipo de acciones de protección públicas, que nunca tildará de intrusas.
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