La pregunta de los cuatro billones.
Manfred Nolte
La pregunta del millón puede resultar fácil, un acertijo para niños. Mas inusual y, por lo tanto, más intrigante se pone el tema cuando el exponente pasa de seis a doce y la base decimal se multiplica por cuatro: cuatro billones de dólares.
Esa es la cifra promedio diaria de movimientos que han registrado los mercados globales de divisas en el trienio cerrado en abril de 2010. Según el Banco de Pagos Internacionales(BPI) que asume periódicamente la contabilidad de esta parcela de la actividad financiera, a dicha fecha la cifra de negocio de los mercados de divisas creció un 20% en relación a 2007 con un movimiento promedio diario de cuatro billones de dólares comparado con los 3,3 billones de 2007. Son cifras definitivas.
Pero ¿qué valor social se esconde detrás de estas magnitudes exorbitantes?
Una pregunta de cuatro billones de dólares.
Comencemos reconociendo que los mercados de divisas son imprescindibles. Permiten a particulares y empresas obtener bienes y servicios de otros países, o invertir en ellos, pagando con la moneda doméstica, y recíprocamente cobrar en moneda local los bienes y servicios vendidos a residentes en terceros países.
Algunos operadores agudizan el ingenio y encuentran rentable arbitrar entre los intereses de distintas monedas, adquiriendo la de tipo bajo e invirtiéndola en la de tipo de interés superior, actividad no exenta de grave riesgos, pero en algunas ocasiones provechosa para los intereses del arbitrajista. Esta actividad –‘carry trade’ en la jerga cambiaria- ha sido profusamente utilizada por los grandes bancos internacionales durante la presente crisis, tirando de liquidez del BCE o de la FED y adquiriendo activos líquidos de rendimientos superiores. Flaco favor a la causa de la recuperación, ya que dicha práctica han restado recursos a la recuperación del crédito. Y con potenciales efectos reactivos. En años recientes, la apuesta de adquirir yenes japoneses cambiándolos a coronas islandesas, con un alto diferencial, condujo a la postre a una súbita cancelación de posiciones lo que contribuyó decisivamente al colapso económico islandés de 2008.
Los mercados alientan un paso mas: comprar o vender divisas apostando en función de expectativas. O sea: especular. Un triste éxito registró en 1992 el fondo de Soros ‘Quantum Hedge Fund’, al ganarle la partida a una libra esterlina abatida, obligando al gobierno británico a su depreciación y embolsándose unas plusvalías de mil millones de dólares. Claro que no siempre las cosas les ‘salen bien’ a los intrépidos especuladores. La historia financiera está cuajada de escándalos que obligaron a adoptar medidas excepcionales, en algunos casos con fondos de los contribuyentes. El ejemplo de la quiebra de ‘Long Term Capital Management’ en 1998 y otros fracasos sonoros de reciente actualidad están ahí para refrescarnos la memoria. La escasa regulación de la actividad y el alto apalancamiento de los operadores son ingredientes adicionales de un cóctel explosivo.
Como puede derivarse de un sencillo cálculo, en 2010, el volumen de las transacciones de divisas representó 17 veces el valor del PIB mundial. En 1992 apenas significaba 8 veces su valor. Paralelamente, en 1973 se estimaba que el 80% de los movimientos en divisas tenían una finalidad comercial, mientras que en la actualidad se considera que dicho porcentaje le corresponde a las operaciones de ‘trading’ a corto plazo, esto es, transacciones entre operadores financieros, de suma cero, que apenas guardan relación con la economía real. El movimiento diario de esta categoría creció un 42% en el trienio.
Otra confusa tendencia que se esconde tras las cifras del BIS es el creciente auge del comercio ‘algorítmico’. Bajo esta técnica los ordenadores observan los datos del mercado y en base a un algoritmo incorporado originan instrucciones de compraventa, en cuestión de milisegundos, sin la intervención humana.
Esta práctica no es banal ya que aun continúan ignoradas las causas del ‘flash crash’ de mayo de 2010, cuando el Dow Jones perdió mil puntos en cuestión de minutos, presuntamente por la maniobra errónea de una máquina.
Dos reflexiones para concluir.
Las cifras reveladas van mas allá de lo creíble, pero reflejan cómo los inversores financieros globales han encontrado en los mercados de divisas un bazar sumamente lucrativo. Mientras la economía real languidece, el casino financiero registra tasas de crecimiento del 20%.
Detrás de los datos se esconden unos mercados no organizados, monopolio exclusivo de la banca, escasamente vigilados, ajenos a la economía real y que entrañan riesgos potenciales para la colectividad. Una vez más urge que los reguladores muestren su cara más exigente a unos productos de dudosa o escasa utilidad social.
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