Preguntas tras el G20.
Manfred Nolte
Paul Krugman, el Nóbel converso al periodismo de la mano del New York Times, ha divulgado un estudio de los profesores Philippon y Reshef en el que se narran tres épocas diferenciadas de la banca americana a lo largo del siglo pasado.
Los autores establecen equivalencias entre la primera y la tercera de dichas épocas. Antes de 1930, en la primera de las tres, algunos jerarcas de la industria edificaron gigantescos imperios financieros, que se diluyeron con la llegada de la Gran Depresión. La tercera, que arranca en torno a 1980 viene marcada por la supresión de las trabas y restricciones bancarias de la etapa anterior y el inicio de una innovación feroz que condujo a un rápido crecimiento del sector hasta representar un tercio de los beneficios empresariales totales. No será necesario recordar, cómo sucesivas mutaciones de intermediarios financieros bajo una pobre regulación y vigilancia llegan a producir el monstruo que ahora amenaza devorar la economía mundial.
Alternativamente, el sistema financiero que se extiende entre ambos periodos, el que emerge del hundimiento de Wall Street hasta la década de los 80, se caracteriza por su estricta regulación y por el conservadurismo de los banqueros, lo que no impide correlacionar esta época de “banca aburrida” con una espectacular bonanza económica en Estados Unidos. La industria y los servicios recuperan su peso y esplendor.
El G20, que lidera la salida de la recesión mundial, no ha dudado en reconocer en su última declaración que “importantes fracasos en el sector financiero y en su supervisión y regulación, han sido causas fundamentales de la crisis.”
A su vez, el Presidente de la FED, Ben Bernake, se ha referido a las ganancias derivadas de la innovación en estos años, sosteniendo que “no es pensable que hayan compensado los estragos provocados en términos de destrucción de riqueza, pérdida de hogares, e historias de descrédito”.
Habrá quienes sigan pensando que los beneficios de la innovación financiera han superado en el pasado y seguirán sobrepasando en el futuro, con creces, a los de la regulación.
Tal vez. Necesitaríamos diseccionar con paciencia infinita productos que nadie o pocos entienden por su falta de transparencia, que carecen de una valoración asequible y transitiva, que se instalan en la letra pequeña y en la restricción mental, y que –elocuentemente- casi nunca permanecen en poder de sus originadores. Así, hasta sumar 4 billones de dólares.
Sea como fuere, nos enfrentamos a un periodo de reformas de la regulación financiera que reclama respuesta, al menos, de tres preguntas : ¿qué eje de regulación abordar?, ¿con qué grado de severidad se administrará? y ¿cuál será su ámbito de aplicabilidad?
En primer lugar, la reforma deberá revestir un carácter anticíclico creando provisiones y dotando capital en periodos de auge y disponiendo de ellos en las fases de depresión para subsanar así el principal fracaso anotado en la experiencia actual. Algunos marcos reguladores implantados, notablemente Basilea II, han mostrado un marcado sesgo pro-cíclico.
Las segunda respuesta debiera asumir que no pueden imponerse restricciones tan onerosas como para prevenir el desarrollo de nuevos productos y servicios financieros en el futuro. Pero la innovación deberá estar, al igual que el resto de la economía, al servicio del consumidor y no de la codicia y la ambición de unos pocos.
De la respuesta a la tercera pregunta dependerá la fijación del sistema y la prevención de futuras crisis. Se refiere al principio de competencia: para que una regulación resulte efectiva, el ámbito del regulador y el del mercado deben ser coincidentes. Según se desprende de la Declaración de Londres, el FMI y el Consejo de Estabilidad Financiera, correrán con la responsabilidad del trazado de una nueva Gobernanza regulatoria. Pero ¿quedará ésta al arbitrio singular de los países o se creará una Institución supranacional con autoridad ejecutiva?
Las operaciones financieras tienen lugar, nominalmente, en cualquier mercado del mundo. A menos que las regulaciones se apliquen uniformemente a todos los mercados mayores del planeta, las transacciones esquivarán unos centros para situarse en otros.
El subconsciente del sistema, en una reacción titánica, se niega a cambiar de paradigma. No se vislumbra una nueva arquitectura financiera, sino a lo sumo una respuesta reforzada a la vieja. Los políticos creen que bastará con hacer mejor lo mismo y que quizás habrá que agregar algunos casilleros más en el organigrama de algunos centros de regulación, para darles apariencia democrática y de inclusión. Piensan que esto solo ha sido un aviso.