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domingo, 24 de octubre de 2010

La nueva normalidad. (El Correo 24.10.10)

La nueva normalidad.

Manfred Nolte

Advertía Carl Jung, el insigne psiquiatra y ensayista suizo que “abordamos de forma desprevenida las sucesivas etapas de la vida. Más aun: pensamos que las verdades que nos han servido hasta el momento seguirán sirviéndonos siempre. Pero lo que era verdadero por la mañana, por la tarde se habrá convertido en mentira.”

Y es que en cada hombre se halla un epígono que sigue las huellas de otro, o de una escuela o estilo de una generación anterior. Aunque los ciclos sean benignos, el espejismo dominante evita reconocer la limitada efectividad de una respuesta que aboga por hacer más de lo mismo para hacer frente a las mutaciones de la coyuntura. Al resetear el modelo, lo que tenemos delante es invariablemente diferente de lo previo.

El conductismo económico detalla las razones por las cuales las personas y las instituciones se tornan rehenes de una inercia activa. Tiene que ver con aspectos tales como marcos mentales inapropiados y un sobredimensionamiento innato de lo que constituye en cada agente económico su ‘zona de confort’. Esta zona repele la novedad y con ella el cambio, por el riesgo que implícitamente acarrea. Solo se añora el ‘Business as usual’: lo de siempre.

El mundo encara en la actualidad un complejo proceso de recuperación económica.

La gran crisis fue un producto larvado muchos años atrás en los acusados desequilibrios globales que crearon la base de un marco de liquidez sin coto para los países centrales.

A partir de ahí el triste mérito recae en el sector bancario, con unos registros insólitos en el apalancamiento de sus balances, en un escenario de distribución frenética de productos ponzoñosos mal entendidos por sus compradores, con marcos prudenciales insuficientes, negligentemente supervisados por las autoridades de tutela y calificados a su libre arbitrio por el perenne e inaudito monopolio de las agencias de ‘rating’.

El ‘frenazo en seco’ producido hace dos años en la actividad financiera fulminó el crédito y de rechazo a la economía real, con las secuelas que hoy padecemos de bajo o nulo crecimiento, alto desempleo, y un cuestionamiento del estado del bienestar que amenaza seriamente a las redes protectoras sociales. La novedad reside en que el médico se contagia y los Bancos centrales corren el peligro de verse afectados por la toxicidad de la operativa en la que intervienen. Los inversores abjuran del riesgo público y los Estados entran en barrena fiscal.

Estas fragilidades se muestran también a nivel de gobernanza. La clave mancomunada del éxito del rescate, fijada en Londres 2009, registra una senda de claros retrocesos. A aquella cerrada respuesta global están sucediendo crecientes fricciones proteccionistas como la guerra de las divisas o debates simplistas entre políticas de estímulo o frugalidad.

Las expectativas precisan de un cambio para evaluar el potencial del paradigma en transición. La clase política parece no advertir que el declive que atravesamos es fundamentalmente diferente de las recesiones de décadas anteriores. No consiste en otro giro del ciclo de negocios sino en una reestructuración del orden económico.

La nueva normalidad, que convivirá durante años con niveles de crecimiento modestos, y altas tasas de desempleo, anticipa alguno de sus rasgos.

Por ejemplo, un rol creciente del estado con reestructuraciones regulatorias problemáticas y ello no solamente, aunque si de forma incisiva, en el sector financiero, lo que combinado al desapalancamiento progresivo y a la mayor exigencia en la asunción del riesgo de este último, alentará un retorno al viejo estilo de una mayor capitalización de las empresas. Tal vez, con liderazgo suficiente, se acometa de una vez por todas la transformación radical de las estructuras bancarias reconduciéndolas al solo objetivo de explotar productos de probada utilidad social.

Descartado el consumo como motor del crecimiento mundial, asistiremos a una economía desacoplada donde la riqueza y la producción migrarán hacia el hemisferio emergente. Acogerá, con recursos más escasos, una sociedad crecientemente longeva. Y se enfrentará al coste de la reversión del cambio climático no exento de prolongados sacrificios.

El nuevo paradigma muda las tendencias de la etapa anterior: de la globalización, la desregulación y el apalancamiento al desapalancamiento, la desglobalización y la re-regulación.

Los historiadores del futuro narrarán con admiración como se gestionó de forma concertada la enérgica recuperación financiera de la gran crisis del milenio, que evitó el colapso del sistema.

Pero probablemente sean mucho menos generosos al evaluar la miopía mostrada por los gobernantes frente a los cambios mentales requeridos para asumir y consolidar la nueva normalidad económica.

Habiendo ganado la guerra, -consignarán- las sociedades industriales estuvieron a punto de perder la paz.

domingo, 10 de octubre de 2010

Una tasa solidaria global. (El Correo 10.10.10)

Una tasa solidaria global.

Manfred Nolte

El Banco de Pagos Internacionales (BIS), una organización gubernamental que congrega a 56 de los principales bancos centrales del planeta y cuya misión consiste en fomentar la cooperación financiera internacional y ayudar a que la política monetaria sea un ejercicio mas predictible y transparente, acaba de publicar un esperado documento que a su propia actualidad añade y acaso redobla la de un controvertido tema de debate político: un impuesto sobre las transacciones en divisas con vocación de tasa solidaria global.

Según señala el ‘Octavo Informe trienal de Bancos Centrales sobre la actividad en los mercados de divisas y en los mercados de derivados no organizados’, en abril de 2010 la cifra de negocio de los mercados de divisas globales creció un 20% en relación a 2007 con un movimiento promedio diario de 4 billones de dólares comparado con los 3,3 billones de 2007. La actividad en los derivados elegibles negociados en mercados no organizados creció en un 24%, con un movimiento promedio diario de 2,1billones de dólares a abril de 2010.

Para poner en contexto estas cifras debemos recordar que el Producto mundial en 2009 rondaba los 58 billones de dólares, el equivalente a 9,5 días de compraventas en moneda extranjera. En 1992 las operaciones en divisas representaban aproximadamente 8 veces el total de la producción mundial. En 2007 su número aumentó hasta 14 veces. La proyección de 2010 apunta a un factor de multiplicación de 38.

Por otra parte, en 1973, se estimaba que el 80% de los movimientos en divisas tenían una finalidad comercial, mientras que en la actualidad se estima que dicho porcentaje corresponde a operaciones de ‘trading’ a corto plazo, esto es, aquellas realizadas por entidades bancarias entre sí, un juego de suma cero para la economía en su conjunto y que guardan escasa relación con la lubricación de la actividad real.

Lo anterior viene a cuento de la tan traída y llevada propuesta de gravar las transacciones en divisas cuya ejecución es monopolio mundial de las entidades financieras, y contribuir con ello al doble dividendo de recaudar fondos con destino al desarrollo de los países mas vulnerables o ,alternativamente, para refinanciar el rescate del sector financiero o aun para crear fondos de resolución para prevenir futuras crisis del sector, y penalizar accesoriamente, aunque sea de forma simbólica, una actividad en gran medida carente de valor o utilidad social.

El gravamen descrito tiene poco de innovador. Existe una larga relación de economistas respetados, desde Keynes y Tobin, hasta los Nobel Stiglitz y Krugman, pasando por Lawrence Summers, John Williamson y Barry Eichengreen, por citar algunos mas conocidos, que han defendido los impuestos financieros.

En décadas pasadas la bandera de la ‘tasa Tobin’ era patrimonio de los movimientos antiglobalización. Pero en los últimos tiempos ha sido secundada por la canciller Merkel y el también canciller austriaco Fayman, Peer Steinbrück, Gordon Brown, Christine Lagarde, grupos significativos de la Comisión europea y días atrás, en Nueva York, por Zapatero y Sarkozy, aunque estos últimos respaldos hagan mas daño que favor a la imagen del utópico proyecto originario.

Pese a que el tema no pueda zanjarse en un puñado de líneas, las cifras recién volcadas por el BIS gozan de una elocuencia envidiable: en abril de 2010, el volumen promedio diario global de las transacciones en divisas, en sus principales mercados e instrumentos, ascendía a 6,1 billones de dólares.

Esta cifra constituiría la base de un nuevo impuesto. Para un tipo simbólico del 0,005%,- cinco céntimos por cada 1000 euros- la cuota anual resultaría en 76.000 millones de dólares USA, más de lo teóricamente marcado para la provisión anual a los Objetivos de Desarrollo del Milenio y una cifra no muy distante de la de la ayuda al desarrollo concedida al Sur por la OCDE.

En este algoritmo elemental, el multiplicando es la base imponible de las transacciones y el multiplicador el insignificante tipo impositivo aplicado. Frente a enfoques fiscales miopes que adscriben invariablemente el incremento de la recaudación a la elevación de los tipos, una microtasa transaccional como la descrita desborda todos los cánones recaudatorios sin introducir alteraciones perceptibles en el sistema.

Para alivio de las patronales bancarias el tributo tiene escasas probabilidades de prosperar. A nivel europeo ,donde su aprobación requeriría una decisión unánime, es fuertemente contestada por el Reino Unido y Suecia. A nivel mundial cuenta con el repudio frontal de países como Canadá, Estados Unidos o Japón.

Es uno de los espejismos dominantes: la solidaridad es un lujo para tiempos de bonanza o una limosna cuando las arcas están a rebosar.