El fin de la ortodoxia
Manfred Nolte
La historia progresa a base de sublevaciones ideológicas, no necesariamente violentas y siempre germinadas en el suelo de la tenacidad. Entre unas y otras los cambios suelen ser despreciables y la sociedad se deja llevar por la cómoda inercia de la opinión dominante. En economía, las revoluciones ocurren raramente y apenas se dejan traslucir en el horizonte del tiempo. Cuando los errores de ayer se convierten en los proyectos de mañana, entonces todo el mundo se pregunta como se demoró tanto el despliegue de la evidencia.
Pues bien, estamos viviendo una de esas infrecuentes mutaciones.
La llamada ‘Edad de oro del capitalismo mundial’ entre 1940 y 1973 registró unas tasas de crecimiento sustancialmente mayores a las del plazo cumplido desde los años 70 hasta nuestros días.
Aquella coincide con sistemas económicos obligadamente intervencionistas que hicieron del control de cambios, la tutela comercial y la ausencia de paraísos fiscales una plataforma que registró escasas y atenuadas crisis financieras.
El segundo período se caracteriza por una liberalización financiera y comercial creciente coexistiendo con una tupida red de centros de baja fiscalidad donde el crecimiento se reduce y los países se confrontan a crisis de intensidad diversa. Si bien es cierto que correlación no equivale a causalidad, al menos ha quedado probado que un determinado modo de dirigismo de mercado ha sido compatible con una alto crecimiento exento de crisis significativas.
La expresión ‘Consenso de Washington’ es generalmente interpretada como sinónimo de neoliberalismo y globalización. Acuñada por John Williamson en 1989 consiste en una tabla de 10 recetas aplicables al rescate de los países en desarrollo, que las Instituciones de Washington, -FMI, Banco Mundial y Departamento del Tesoro americano-, asumían como canon de oficialidad.
‘Estabiliza, privatiza, liberaliza’ se convirtió en el mantra de una generación de tecnócratas que se encargaron de transmitirla, con mas vehemencia que resultados favorables, a los confundidos prestatarios del sur.
Desde su nacimiento, el Consenso de Washington, dividió a académicos y a expertos de la sociedad civil. Rodrik, Stiglitz, Krugman, Hirschman o Rosenstein entre otros notables, han encabezado la larga lista de economistas, políticos, funcionarios de países pobres y activistas antiglobalización, que vieron en la aplicación del pacto ultraliberal a entornos depauperados una medicina de alta toxicidad con dudosos o negativos resultados finales.
Pero el Consenso de Washington se autoinmola con la llegada de la gran crisis occidental de 2008, con la implantación del gigantesco ‘bail out ’ o rescate de la banca americana y las medidas de estímulo fiscal, sin precedente, que le suceden.
En 2009, al término de la cumbre londinense del G20 Gordon Brown admite que ‘el Consenso de Washington ha muerto’.
La autopsia del Consenso revela dos razones diferenciadas en su agonía y defunción.
La primera es operativa. A través de lo que se ha acuñado como la acción de la ‘incoherencia productiva’, que procede al despido fulminante de la vigente ‘coherencia neoliberal’, Occidente desmantela, uno a uno, los principales postulados del ‘Consenso’: Controles frente a liberalización, nacionalización y ayuda estatal versus privatización, proteccionismo en lugar de libre comercio , déficits exuberantes suplantando a la cautela presupuestaria.
Pero mas importante es, sin duda, la inflexión institucional.
El 19 de febrero de 2010 el FMI publica ‘Reconsiderando la política macroeconómica’ en donde se desarma oficialmente el mito de una inflación hiperreducida. Otro estudio del mismo mes y paternidad, ‘Entradas de capital: El papel de los controles’ reconoce que los controles de cambios no solamente funcionan, sino que ‘evitaron resultados peores’ en lo países que los utilizaron durante la crisis.
Adicionalmente, en su informe ‘Situación Social Mundial’, de enero de este año, el Departamento americano para Asuntos Económicos y Sociales sentencia que ‘el FMI ignora el impacto positivo de la inflación en el empleo y en la posición deudora de las personas pobres’. La estabilización debe redefinirse , 'pudiendo requerir de mayores déficits fiscales y de tasas de inflación superiores a las prescritas por las políticas macroeconómicas convencionales’.
Keynes confesaba que ‘cuando las cosas cambiaban, él también cambiaba’. Otorgar a la herejía rango de ortodoxia implica ausencia de coacciones o ligaduras particulares y mucha generosidad intelectual. Por ello los paradigmas prosperan a trompicones: algunos pasos adelante y otros atrás.
‘Caída libre’, la última obra de Joseph Stiglitz entierra la ortodoxia obsoleta, la del fervor desregulatorio alimentado por el fundamentalismo del libre mercado. Un libro ambicioso que convoca a una nueva sociedad menos materialista y mas inclusiva. Pero para ello el Nóbel americano recuerda las gigantescas reformas pendientes, que, como la financiera, entre otras, nadie parece estar dispuesto a acometer.
Contenido
domingo, 28 de marzo de 2010
domingo, 14 de marzo de 2010
Un lugar en el Universo. (El Correo 14.03.10)
Un lugar en el Universo
Manfred Nolte
El archimillonario Warren Buffet, en una reciente entrevista a la cadena televisiva CNBC, se ha deshecho en elogios hacia el Banco de Inversión Goldman Sachs. “Es un negocio”-ha proferido-“fuerte y muy bien gestionado. Tiene un sitio en el universo”.
La exaltación de la entidad financiera estadounidense se ha producido en medio de una nueva ola de sorpresa e indignación al conocerse que, al hilo del debate sobre los problemas estructurales que aquejan a Grecia, las cifras de su deuda exterior fueron maquilladas en connivencia con el aludido intermediario.
Evidentemente existe un segmento de Banca que ha hecho de la ingeniería financiera y de las múltiples lagunas legales que pueblan el mapa bancario, su nicho de mercado, su ‘sitio en el universo’.
En una reciente investigación llevada a cabo separadamente por el semanario alemán ‘Der Spiegel’ y el rotativo americano ‘The New York Times’ se ha conocido que en 2.001 Goldman Sachs recurrió a la ‘contabilidad creativa’ para ayudar a Grecia a cumplir con los exigentes requisitos de entrada en la zona euro por medio de ‘permutas financieras’ (‘swaps’) estructuradas a ‘tipos ficticios’, en mercados ‘no transparentes’. Grecia rozó el listón, pero logro rebasarlo y formar parte del naciente club del euro. Se estima que los derivados poseían un valor nocional de 15 mil millones de dólares.
Otros países -Italia, Polonia, Bélgica y también el Reino Unido- recurrieron en esa época a derivados para falsificar su nivel real de deuda, y la gama de artilugios financieros pudo abarcar la titulización de ingresos futuros del sector público, el manejo de Instituciones cuyo endeudamiento no computa como deuda soberana, leasing y otros.
También ha trascendido que, en pleno debate sobre la viabilidad europea del país heleno, un grupo de Bancos y ‘Hedge Funds’ han utilizado ‘CDS’, el tipo de derivado que noqueó al gigante asegurador americano AIG, para apostar en favor de la eventualidad de un impago soberano por parte de Grecia, y a su estela en favor del desplome del euro.
Lo frustrante de estas conductas, que la Canciller Merkel ha calificado de ‘escandalosas’ es que, muy probablemente, y a expensas del resultado de las investigaciones oficiales abiertas,“Goldman Sachs ( y resto de operadores de análoga calaña) no hizo nada ilegal y los productos derivados que entraron en la operación están en total conformidad con las reglas y procedimientos permitidos por la ley estadounidense” como reza el comunicado que el propio Banco americano dirigió a la opinión publica.
Pero una cosa es el malabarismo financiero y otra bien distinta circunvalar las normas de Maastricht que discriminaban primero y penalizaban después, a los países incumplidores del ‘Pacto de Estabilidad’. A pesar de no ser seguro que se haya violado la ley, es patente que se ha atropellado el espíritu del Tratado de la Unión Europea y ello debería preocupar seriamente a reguladores y agencias estadísticas.
Esta política de medias verdades y de constante flirteo con la divisoria de la normativa ha enmarcado a gran parte de los productos llamados ‘innovadores’ de la época precrisis y siguen constituyendo una grave amenaza sistémica. Patrick Dillon y Carl Cannon de la Universidad de Pittsburgh acaban de publicar ‘El circulo de la codicia’, un estudio que nos introduce magistralmente en el uso de las lagunas jurídicas, con las que el protagonista realiza una fantástica construcción de ‘procedimientos monstruosos’ y que nos parece aplicable a este sector oscuro de las finanzas.
Hablemos de la recuperación bancaria americana. Con Goldman, un buen número de Bancos ha vuelto a los beneficios, básicamente a través de operaciones especulativas en divisas, materias primas, bolsa o derivados, con ayuda de sus Hedge Funds, Sociedades de capital de riesgo y otros canales de pobre o nula regulación.
¿Fue ese el objetivo del rescate bancario? ¿No se apoyó a la gran banca para que diera préstamos a la ciudadanía? Pero los datos USA y del Banco Central Europeo muestran una inexistente reactivación del crédito. Mientras tanto ¿dónde está la tan traída y llevada reforma bancaria? Una regeneración conceptual en senda de reducción del riesgo, protección del consumidor, incremento de la transparencia y apoyo de los productos de eficiencia social.
Tras esta refinada profesión de pillos y truhanes de casino está en juego la honorabilidad del sistema, si es que ello importa a alguien. Máxime cuando, como advertía La Rochefoucauld: “Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos ante los demás que al final nos disfrazamos ante nosotros mismos”.
Y nada existe más reprobable e irreversible que un malhechor deliberadamente inconsciente, parapetado en los pliegues recónditos y sibilinos de la legalidad.
Manfred Nolte
El archimillonario Warren Buffet, en una reciente entrevista a la cadena televisiva CNBC, se ha deshecho en elogios hacia el Banco de Inversión Goldman Sachs. “Es un negocio”-ha proferido-“fuerte y muy bien gestionado. Tiene un sitio en el universo”.
La exaltación de la entidad financiera estadounidense se ha producido en medio de una nueva ola de sorpresa e indignación al conocerse que, al hilo del debate sobre los problemas estructurales que aquejan a Grecia, las cifras de su deuda exterior fueron maquilladas en connivencia con el aludido intermediario.
Evidentemente existe un segmento de Banca que ha hecho de la ingeniería financiera y de las múltiples lagunas legales que pueblan el mapa bancario, su nicho de mercado, su ‘sitio en el universo’.
En una reciente investigación llevada a cabo separadamente por el semanario alemán ‘Der Spiegel’ y el rotativo americano ‘The New York Times’ se ha conocido que en 2.001 Goldman Sachs recurrió a la ‘contabilidad creativa’ para ayudar a Grecia a cumplir con los exigentes requisitos de entrada en la zona euro por medio de ‘permutas financieras’ (‘swaps’) estructuradas a ‘tipos ficticios’, en mercados ‘no transparentes’. Grecia rozó el listón, pero logro rebasarlo y formar parte del naciente club del euro. Se estima que los derivados poseían un valor nocional de 15 mil millones de dólares.
Otros países -Italia, Polonia, Bélgica y también el Reino Unido- recurrieron en esa época a derivados para falsificar su nivel real de deuda, y la gama de artilugios financieros pudo abarcar la titulización de ingresos futuros del sector público, el manejo de Instituciones cuyo endeudamiento no computa como deuda soberana, leasing y otros.
También ha trascendido que, en pleno debate sobre la viabilidad europea del país heleno, un grupo de Bancos y ‘Hedge Funds’ han utilizado ‘CDS’, el tipo de derivado que noqueó al gigante asegurador americano AIG, para apostar en favor de la eventualidad de un impago soberano por parte de Grecia, y a su estela en favor del desplome del euro.
Lo frustrante de estas conductas, que la Canciller Merkel ha calificado de ‘escandalosas’ es que, muy probablemente, y a expensas del resultado de las investigaciones oficiales abiertas,“Goldman Sachs ( y resto de operadores de análoga calaña) no hizo nada ilegal y los productos derivados que entraron en la operación están en total conformidad con las reglas y procedimientos permitidos por la ley estadounidense” como reza el comunicado que el propio Banco americano dirigió a la opinión publica.
Pero una cosa es el malabarismo financiero y otra bien distinta circunvalar las normas de Maastricht que discriminaban primero y penalizaban después, a los países incumplidores del ‘Pacto de Estabilidad’. A pesar de no ser seguro que se haya violado la ley, es patente que se ha atropellado el espíritu del Tratado de la Unión Europea y ello debería preocupar seriamente a reguladores y agencias estadísticas.
Esta política de medias verdades y de constante flirteo con la divisoria de la normativa ha enmarcado a gran parte de los productos llamados ‘innovadores’ de la época precrisis y siguen constituyendo una grave amenaza sistémica. Patrick Dillon y Carl Cannon de la Universidad de Pittsburgh acaban de publicar ‘El circulo de la codicia’, un estudio que nos introduce magistralmente en el uso de las lagunas jurídicas, con las que el protagonista realiza una fantástica construcción de ‘procedimientos monstruosos’ y que nos parece aplicable a este sector oscuro de las finanzas.
Hablemos de la recuperación bancaria americana. Con Goldman, un buen número de Bancos ha vuelto a los beneficios, básicamente a través de operaciones especulativas en divisas, materias primas, bolsa o derivados, con ayuda de sus Hedge Funds, Sociedades de capital de riesgo y otros canales de pobre o nula regulación.
¿Fue ese el objetivo del rescate bancario? ¿No se apoyó a la gran banca para que diera préstamos a la ciudadanía? Pero los datos USA y del Banco Central Europeo muestran una inexistente reactivación del crédito. Mientras tanto ¿dónde está la tan traída y llevada reforma bancaria? Una regeneración conceptual en senda de reducción del riesgo, protección del consumidor, incremento de la transparencia y apoyo de los productos de eficiencia social.
Tras esta refinada profesión de pillos y truhanes de casino está en juego la honorabilidad del sistema, si es que ello importa a alguien. Máxime cuando, como advertía La Rochefoucauld: “Estamos tan acostumbrados a disfrazarnos ante los demás que al final nos disfrazamos ante nosotros mismos”.
Y nada existe más reprobable e irreversible que un malhechor deliberadamente inconsciente, parapetado en los pliegues recónditos y sibilinos de la legalidad.
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