Una Banca alternativa.
Manfred Nolte.
Asignar al sector bancario el papel de pulmón de la economía no resulta novedoso. Lo es, sobre todo, debido a sus vitales funciones de asunción y traslación del riesgo desde los depositantes hasta los inversores a través de un elemental sistema de intermediación.
Hasta no hace mucho tiempo el cliente que solicitaba un préstamo a su caja o banco local se sometía a un riguroso examen formulado por un empleado instruido que terminaba invariablemente en la pregunta crucial: ¿Cómo piensa Vd. devolver el dinero?
Este procedimiento aparentemente autoritario y abusivo gozaba de un atributo vital para la salud del sistema: la entidad financiera asumía plenamente la relación crediticia respecto del cliente prestatario. Aun hoy en día esta práctica se realiza por las más tradicionales de nuestras instituciones, que casualmente han resultado ser las más solventes.
Esta fórmula simple, aburrida y eficiente, aplaudida durante décadas por su consistente respaldo a la economía real, ha dado paso a otra más compleja – en particular en los Estados Unidos de América, - donde las pretendidas innovaciones financieras han creado productos de altísimo riesgo, dudosa comprensión y escaso o nulo valor social que han dado al traste con el sector no sin arrastrar en su caída al conjunto de la Economía real.
La paciente tarea de la intermediación cede el paso sucesivamente a la ciencia del ‘retail banking’ con sus políticas de venta cruzada, en las que el objetivo radica en que el cliente adquiera el mayor número posible de productos y servicios de la entidad, fomentando su vinculación y creando sinergias de escala. El ‘credit scoring’ hace desaparecer el rostro del cliente hasta el momento de la entrada en escena de la técnica de la desintermediación en la que las entidades venden grandes parcelas de su balance a terceros. Empaquetar para vender: he ahí la esencia de la titulación. Qué producto se venda, de qué fiabilidad y garantía para su adquirente es harina de otro costal. Tal fórmula viciada en su esencia operativa- la desaparición del nexo entre acreedor y deudor- no podía sino conducir al fracaso, como efectivamente ha sucedido.
Si hubiese subsistido la relación tradicional deudor-acreedor, y el banco hubiese tenido siquiera un vago interés por cómo procedería el deudor a la devolución del préstamo, y –sobre todo- si el banco hubiese conservado efectivamente en sus libros el préstamo hasta su vencimiento, todo habría sido diferente. Nada de esto tuvo lugar porque el banco había abdicado de su responsabilidad, rompiendo la relación de acreedor con su cliente prestatario. Como consecuencia de lo cual la economía se halla sobreendeudada, y simultáneamente, al aumentar las tasas de morosidad y disminuir el valor de los activos subyacentes, el sistema financiero – a pesar de los rescates públicos habidos- atraviesa una situación más que apurada.
Puesto que un gran colectivo de bancos ha abandonado su rol básico de proteger a los mercados del riesgo de crédito y dado que este tipo de riesgo ha crecido exponencialmente en los últimos 10 años hasta el punto de amenazar a la economía real, habrá que cuestionarse seriamente por qué esta clase de entidades merece mantener posiciones de privilegio, en particular en lo que respeta a los rescates automáticos de los gobiernos siempre con cargo a los fondos del contribuyente y también al recurso prácticamente ilimitado al crédito institucional, que a la postre revierten escasa o nulamente a favor de la economía productiva.
Procede, en consecuencia, repensar seriamente la viabilidad de los bancos globales alejados de la forma de banca personalizada y tradicional a la que venimos aludiendo. Las iniciativas en curso sobre los llamados ‘esquemas de resolución” que permitan la quiebra ordenada de estas firmas sistémicas sin que generen efectos colaterales nocivos también son dignos de citarse. A ello ayudaría no poco la introducción de un esquema global de tasas bancarias como los que entrarán en vigor en Alemania y Reino Unido a partir de enero de 2011.
Por mucho que, por el momento, este y otros temas relacionados con la gran Banca constituyan un auténtico tabú, hay un hecho evidente: la prevención de futuras crisis pasa por algo sustantivamente distinto del reforzamiento de la capitalización bancaria, tal y como viene impuesto por Basilea III.
El capitalismo de mercado, cualquiera que sea la forma que adopte en su evolución futura, no puede sobrevivir con un sistema bancario global tal y como se halla diseñado en la actualidad.
El retorno a la banca tradicional se constituye en un imperativo, que extrañamente los administradores de nuestra economía, los poderes gubernamentales, no parecen reconocer, ignorando los peligros que tal régimen representa para la refundación de nuestra prosperidad.