“Davos Man”
Manfred Nolte
La asamblea del “Foro Económico Mundial” transforma cada año la apacible estación de esquí alpina de Davos-Klosters en una feria cosmopolita guarnecida por una armada de efectivos policiales que dan escolta a la flor y crema de la plutocracia del planeta.
Los participantes proceden en su mitad del mundo empresarial, representado por sus máximos ejecutivos –uno por Compañía- de la industria, el consumo o las finanzas. Junto a ellos jefes de gobierno, ministros, lideres de las ONGs y del ámbito sindical, superiores de comunidades de fe, iconos culturales y del deporte, académicos, afamados directivos de “Think Tanks”, premios Nóbel, editores , estrellas del rock, columnistas de caché .
Davos responde a una opulencia estructurada, aunque no solo de billonarios. Hasta aquellos que comparecen en nombre de la sociedad civil, de la Universidad o de las artes tienen que poseer influencia y prestigio, un pedigrí de excepción. Todos son brillantes, dinámicos y creativos. También son afortunados y son conscientes de ello. Solo el dinero no es la clave de su felicidad pero coinciden con Woody Allen en que “el dinero siempre es mejor que la pobreza aunque solo sea por razones financieras”. Cada participante está allí por su habilidad para influir en las vidas de millones de personas .
El tema propuesto por Schwab para la convención de 2010 es: “Mejorar el estado del mundo: repensar, rediseñar, reconstruir”. En una cosa ha acertado. No es que el sistema deba reiniciarse: tenemos un sistema obsoleto que precisa ser rediseñado.
Todo eso suena bien y las conclusiones teóricas que se tracen tendrán elementos aprovechables. Davos ha contribuido históricamente a hitos memorables, como la Declaración de 1988 entre Grecia y Turquía evitando un conflicto bélico eminente o el acuerdo sobre Gaza y Jericó de 1995 firmado entre Simon Peres y Yasir Arafat.
Pero ese es el Davos puntual y periférico, del testimonio gráfico o del informe de relumbrón.
“Davos Man”, el “Hombre-Davos”, es otra cosa. Un concepto acuñado por el politólogo Samuel Huntington que describe al ciudadano global, una estirpe con “escasa necesidad de lealtad nacional”, un grupo que “ve complacido la desaparición de las fronteras nacionales y considera a los gobiernos nacionales como vestigios del pasado”. Una idea ingeniosa, una especie de comunismo capitalista, sustituyendo el slogan marxista de “el trabajador carece de patria” por el de “el capitalista transnacional carece de patria”.
Lo esencial de “Davos Man” es preservar su propia identidad. A sus 40 años, “Davos Man” no padece la crisis de la edad intermedia. De hecho carece de edad. En cada convocatoria se está o no se está. Los banqueros de inversiones USA no asistirán a la cita de este año. No les toca estar en el club.
Los Hombres-Davos son poco mas del millar entre los casi siete mil millones de pobladores de la Tierra. En el “Resort” alpino manifiestan, sin hacer uso de la palabra, como se obtiene el éxito y como se acumulan la influencia y el poder. Se establecen, a través de un sonriente consenso, las pautas universales de los defectos tolerables o inaceptables de quienes están en la cima. De forma natural se ratifica una meritocracia derivada de la ética weberiana, donde el poder es visto como algo que proviene paritariamente del destino y de la lucha aguerrida por la propiedad de los bienes del planeta.
Pero el enorme influjo de Davos y sus estrellas se desvanece con el cataclismo de la gran recesión de 2009. Como resultado de la globalización, las reglas existentes benefician mas a aquellas naciones y personas que ostentan el mando económico. Si reconocemos este poder de los poderosos, entonces debemos atribuirles una responsabilidad mas que proporcional en la naturaleza de la sociedad que construyen y en las reglas que establecen para su gobernanza. Según Naciones Unidas en el mundo de hoy existe menos igualdad que hace diez años a pesar de los sustanciales progresos económicos registrados en la mayoría de regiones . Y en Occidente, han sido el estado-nación y el contribuyente de a pie quienes han salvado a bancos y empresas lideradas por “Davos Men” de la destrucción total.
Davos es mas y menos de lo que debería ser: menos cuando deja sin resolver los graves conflictos de la agenda global, y mas cuando se convierte en un frívolo bazar de vanidades, que solo busca airear el narcisismo de su diferencia.
Al contemplar la desnudez actual de la “especie-Davos”, recordamos con Abraham Lincoln que “todos podemos soportar en alguna medida la adversidad, pero para poner a prueba el autentico carácter de un hombre basta con conferirle poder.
Contenido
domingo, 31 de enero de 2010
domingo, 17 de enero de 2010
Cuando baja la marea. (El Correo 17.01.10)
Cuando baja la marea.
Manfred Nolte
La memoria, uno de los atributos mas nobles y útiles de la inteligencia, está ahí para proporcionar perspectiva a las acciones presentes y restablecer el equilibrio de las pasadas. La memoria, si algo puede, es resistir al doble chantaje de la mentira y de la prisa.
Junto a la memoria individual, surge la colectiva cuya función es surtir a los diversos agregados sociales de un poderosísimo baremo para evaluar los hechos históricos e instaurar en el presente las pautas correctas del futuro.
Dicho lo cual y aplicado al ámbito de la economía, surge inevitablemente la pregunta de por qué ni los académicos ni los gobernantes han podido tirar con fortuna del recuerdo histórico y encender a tiempo las alarmas para prevenir una crisis devastadora, siendo, como es, notoria la prevalencia cíclica y recurrente de esta plaga comunitaria.
Las crisis se han asociado histórica y conceptualmente a la mera evolución del capitalismo, calificándolas de endémicas al sistema de libre mercado, pero, a pesar de su contrastada periodicidad , el instante de su irrupción, la forma y la procedencia seguirán eludiendo cualquier pronóstico medianamente aceptable. Esa es quizá la definición mas certera de una crisis. “Lo inevitable casi nunca sucede, pero sí lo impredictible”, según Keynes.
Símbolos totémicos de esta ineptitud son el Presidente de la Reserva Federal americana Alan Greenspan y su sucesor Leo Bernake. La tétrica profesión de impotencia realizada por el primero al confesar que “todo mi edificio mental acerca de la eficacia de los mercados se ha desplomado” es irrepetible. Tampoco desmerece en patetismo la promesa fallida de Bernake a Milton Friedman en 2002: “En cuanto a la gran depresión… gracias a Vd. no volverá a suceder”. O el vaticinio de 2005 según el cual: “No esperamos que el mercado subprime afecte de forma significativa al resto de la economía”.
En resumen, para esta segmento de opinión, la crisis post 2007 es “un suceso natural”,un shock exógeno que no pudo ser anticipado.
La acción política emprendida en los cuatro últimos semestres ha sido coherente. Sin las lecciones aprendidas de la gran depresión de 1929, y demás crisis recientes, la recesión actual podría haber transcurrido por derroteros aun mas sombríos.
Ello no quita para que esta posea algunos rasgos diferenciales que aportar al acervo memorístico futuro.
En primer lugar la banalización del riesgo acometida con anterioridad a 2008. El riesgo es un sentimiento que claudica gradualmente a la dinámica del hábito. Al racionalizarse como consecuencia de un siniestro tiende a la sobrereacción, el mercado de vuelve unidireccional y los precios se desploman. Esta crisis de los bancos sobre los bancos procede de la actividad de un vasto colectivo gremial que ha convertido el riesgo incontrolado y su cesión temeraria a terceros en el corazón de su profesión y también de sus emolumentos. Cuando la tolerancia al riesgo se desvanece, la crisis estalla.
Es vital, por tanto, que se acometa una profunda reforma financiera de la que solamente existen a la fecha unos tímidos apuntes. Sin reforma no hay ninguna razón para pensar que el sistema financiero no reincida en productos de nulo valor social y alto grado de opacidad que comprometan nuevamente al mercado con sus amargas secuelas sistémicas.
En segundo lugar hay que aludir a la inconsistencia de un modelo de crecimiento basado en el endeudamiento desmesurado. Cuando el ratio de deuda a PIB se duplica o se triplica, la cuota de ingresos futuros que se consume en el presente también se duplica o se triplica. Ello implica necesariamente que se dispondrá de menor renta para gastar el día de mañana, obstáculo que solo puede superarse con niveles adicionales y crecientes de endeudamiento, un “Ponzi” arquetípico ingeniado por las economías domesticas.
La sobrereacción a esta conducta es igualmente nefasta. La ley del péndulo conduce a las familias a incrementar el ahorro hasta niveles nocivos para la demanda agregada. La supervisión debe considerar el nivel de endeudamiento privado y señalar pautas prescriptivas de comportamiento.
Warren Buffet apunta irónicamente que “solo cuando baja la marea sabemos quien nadaba desnudo”. El consenso económico ortodoxo que ha inspirado a occidente durante décadas se ha roto. La crisis, al aminorarse, sorprende en su desnudez a un “homo economicus” furtivo y vacilante aferrado a una obsoleta “burbuja de conocimiento”.
Hace falta una nueva cultura que reconozca que los mercados no se corrigen solos y que, sin un adecuado ordenamiento, encubren la estela de la corrupción y del caos. Y que cobran sentido cuando se conforman eficazmente para promover el interés mayoritario sobre la conveniencia de unos pocos.
Manfred Nolte
La memoria, uno de los atributos mas nobles y útiles de la inteligencia, está ahí para proporcionar perspectiva a las acciones presentes y restablecer el equilibrio de las pasadas. La memoria, si algo puede, es resistir al doble chantaje de la mentira y de la prisa.
Junto a la memoria individual, surge la colectiva cuya función es surtir a los diversos agregados sociales de un poderosísimo baremo para evaluar los hechos históricos e instaurar en el presente las pautas correctas del futuro.
Dicho lo cual y aplicado al ámbito de la economía, surge inevitablemente la pregunta de por qué ni los académicos ni los gobernantes han podido tirar con fortuna del recuerdo histórico y encender a tiempo las alarmas para prevenir una crisis devastadora, siendo, como es, notoria la prevalencia cíclica y recurrente de esta plaga comunitaria.
Las crisis se han asociado histórica y conceptualmente a la mera evolución del capitalismo, calificándolas de endémicas al sistema de libre mercado, pero, a pesar de su contrastada periodicidad , el instante de su irrupción, la forma y la procedencia seguirán eludiendo cualquier pronóstico medianamente aceptable. Esa es quizá la definición mas certera de una crisis. “Lo inevitable casi nunca sucede, pero sí lo impredictible”, según Keynes.
Símbolos totémicos de esta ineptitud son el Presidente de la Reserva Federal americana Alan Greenspan y su sucesor Leo Bernake. La tétrica profesión de impotencia realizada por el primero al confesar que “todo mi edificio mental acerca de la eficacia de los mercados se ha desplomado” es irrepetible. Tampoco desmerece en patetismo la promesa fallida de Bernake a Milton Friedman en 2002: “En cuanto a la gran depresión… gracias a Vd. no volverá a suceder”. O el vaticinio de 2005 según el cual: “No esperamos que el mercado subprime afecte de forma significativa al resto de la economía”.
En resumen, para esta segmento de opinión, la crisis post 2007 es “un suceso natural”,un shock exógeno que no pudo ser anticipado.
La acción política emprendida en los cuatro últimos semestres ha sido coherente. Sin las lecciones aprendidas de la gran depresión de 1929, y demás crisis recientes, la recesión actual podría haber transcurrido por derroteros aun mas sombríos.
Ello no quita para que esta posea algunos rasgos diferenciales que aportar al acervo memorístico futuro.
En primer lugar la banalización del riesgo acometida con anterioridad a 2008. El riesgo es un sentimiento que claudica gradualmente a la dinámica del hábito. Al racionalizarse como consecuencia de un siniestro tiende a la sobrereacción, el mercado de vuelve unidireccional y los precios se desploman. Esta crisis de los bancos sobre los bancos procede de la actividad de un vasto colectivo gremial que ha convertido el riesgo incontrolado y su cesión temeraria a terceros en el corazón de su profesión y también de sus emolumentos. Cuando la tolerancia al riesgo se desvanece, la crisis estalla.
Es vital, por tanto, que se acometa una profunda reforma financiera de la que solamente existen a la fecha unos tímidos apuntes. Sin reforma no hay ninguna razón para pensar que el sistema financiero no reincida en productos de nulo valor social y alto grado de opacidad que comprometan nuevamente al mercado con sus amargas secuelas sistémicas.
En segundo lugar hay que aludir a la inconsistencia de un modelo de crecimiento basado en el endeudamiento desmesurado. Cuando el ratio de deuda a PIB se duplica o se triplica, la cuota de ingresos futuros que se consume en el presente también se duplica o se triplica. Ello implica necesariamente que se dispondrá de menor renta para gastar el día de mañana, obstáculo que solo puede superarse con niveles adicionales y crecientes de endeudamiento, un “Ponzi” arquetípico ingeniado por las economías domesticas.
La sobrereacción a esta conducta es igualmente nefasta. La ley del péndulo conduce a las familias a incrementar el ahorro hasta niveles nocivos para la demanda agregada. La supervisión debe considerar el nivel de endeudamiento privado y señalar pautas prescriptivas de comportamiento.
Warren Buffet apunta irónicamente que “solo cuando baja la marea sabemos quien nadaba desnudo”. El consenso económico ortodoxo que ha inspirado a occidente durante décadas se ha roto. La crisis, al aminorarse, sorprende en su desnudez a un “homo economicus” furtivo y vacilante aferrado a una obsoleta “burbuja de conocimiento”.
Hace falta una nueva cultura que reconozca que los mercados no se corrigen solos y que, sin un adecuado ordenamiento, encubren la estela de la corrupción y del caos. Y que cobran sentido cuando se conforman eficazmente para promover el interés mayoritario sobre la conveniencia de unos pocos.
sábado, 2 de enero de 2010
Avatar pobre. (El Correo 02.01.10)
Avatar pobre.
Manfred Nolte
“Avatar”, el último filme de James Cameron gira en torno a una idea emotiva y ocurrente. La posibilidad de que la mente humana se transfiera a un cuerpo clónico de otra especie intergaláctica, la “Na’Vi” de Pandora, la quinta luna del planeta Polifemo, posibilitando así la asimilación de su cultura.
“Avatar” es un canto de tenues raíces panteístas que despierta en el espectador la solidaridad con la naturaleza y sus moradores de tez azulada, cuando estos son asediados por una infame organización terrícola para apoderarse del mayor yacimiento conocido de “unobtanium”, un superconductor de elevadísimo precio, ubicado en el epicentro social del territorio “Na’Vi”. Jake, un ex marine minusválido, asumirá la misión de espionaje. A partir de ahí cada secuencia es un reto y todo resulta imprevisible.
Un excelente ejercicio de sensibilización consistiría en que nosotros, los habitantes del occidente opulento y desarrollado, por mucho que nos hallemos transitoriamente sometidos a las represalias de una crisis sistémica y conceptual, nos acopláramos en las sofisticadas máquinas mutantes diseñadas por el cineasta canadiense, transportando nuestras mentes a la estructura corpórea de un “Avatar”, viajando a cualquier núcleo de indigencia en el hemisferio sur.
La gran traba para vencer la pobreza mundial, reside no tanto en la solidaridad insuficiente del Norte, dicho sea en su descargo, sino en una razón previa: la inexistencia de una percepción diáfana y sentida de lo que ocurre en otras latitudes y lugares. No sabemos ni conocemos con el saber y conocimiento iluminado de la evidencia, algo que nuestro “Avatar ” alcanzaría con absoluta obviedad.
El Banco Mundial establece un umbral de ingresos de 1,25 dólares/día como indicador de la extrema necesidad que afectaba a 1400 millones de personas en 2005. Si la línea se traza en dos dólares/día la cifra aumenta hasta los 2000 millones. Tres mil millones, la mitad del planeta, sobrevivirían con menos de 2,5 dólares/día, 912 dólares al año. Estas son las referencias dinerarias de la pobreza abismal.
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) en su formulación inicial persiguen reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, la proporción de seres humanos que viven en la miseria total. El organismo internacional señala que la tasa de 1,25 dólares/día disminuyó del 52% de la población de los países en desarrollo en 1981 al 25% en 2005, recogiéndose el mayor éxito en Asia Oriental, desde el 78% al 17%, a cambio de ninguna reducción en el África subsahariana. Otras fuentes apuntan a resultados mas desalentadores. Naciones Unidas ha adelantado que la crisis de 2009 arrojará a cincuenta millones de personas adicionales al foso de la desolación.
Nuestro “Avatar” experimentaría sobre el terreno que la pobreza es hambre, contraer la malaria sin posibilidad de acudir a un médico, o convivir con el SIDA sin medios para su tratamiento, o extinguirse lentamente por una hemorragia en la sala de espera de un hospital antes de dar a luz. Asumir que nunca se aprenderá a leer y escribir, carecer de un puesto de trabajo, sentir miedo librando cada día la batalla por la supervivencia. Presenciar la muerte de un niño por beber agua contaminada, la única disponible, padecer catástrofes ecológicas, guerras y corrupción, desesperación e impotencia.
Mas allá de ese escenario caótico se alza un umbral supletorio de dignidad, tantas veces reclamado por Amartya Sen, para quien el bienestar mínimo se edifica sobre un “índice de capacidades básicas” con el que las personas puedan desarrollarse en sociedad. La miseria brota cuando faltan esas “capacidades básicas” y los individuos carecen además de los recursos materiales elementales, de unos derechos primordiales que ejercer o libertades mínimas que practicar. Visto de esta manera la pobreza es un fenómeno multidimensional mucho más complejo cuya superación nos aleja de remedios automáticos.
“Avatar” nos revelaría que la penuria tiránica de la que es testigo, es una situación de la que los afectados intentan huir desesperadamente y que ello representa una llamada a la acción para ambos, occidente y el sur. Pero ninguna maniobra es posible sin el requisito previo de la sensibilización. Cuando la mente de Jake regrese a la lanzadera, hallaremos un humano transformado dispuesto a luchar por lo mejor.
Afortunadamente la sociedad civil ha producido ya centenares de miles de “Avatares” identificados con la sórdida realidad de los más débiles.
Buscando formas para devolverles la esperanza y así evocar al poeta bengalí Kazi Nazrul: “¡Pobreza! me has acariciado con tus espinas. A ti te debo mis ojos desnudos para verlo todo. Tu azote ha convertido mi violín en instrumento de victoria”.
Manfred Nolte
“Avatar”, el último filme de James Cameron gira en torno a una idea emotiva y ocurrente. La posibilidad de que la mente humana se transfiera a un cuerpo clónico de otra especie intergaláctica, la “Na’Vi” de Pandora, la quinta luna del planeta Polifemo, posibilitando así la asimilación de su cultura.
“Avatar” es un canto de tenues raíces panteístas que despierta en el espectador la solidaridad con la naturaleza y sus moradores de tez azulada, cuando estos son asediados por una infame organización terrícola para apoderarse del mayor yacimiento conocido de “unobtanium”, un superconductor de elevadísimo precio, ubicado en el epicentro social del territorio “Na’Vi”. Jake, un ex marine minusválido, asumirá la misión de espionaje. A partir de ahí cada secuencia es un reto y todo resulta imprevisible.
Un excelente ejercicio de sensibilización consistiría en que nosotros, los habitantes del occidente opulento y desarrollado, por mucho que nos hallemos transitoriamente sometidos a las represalias de una crisis sistémica y conceptual, nos acopláramos en las sofisticadas máquinas mutantes diseñadas por el cineasta canadiense, transportando nuestras mentes a la estructura corpórea de un “Avatar”, viajando a cualquier núcleo de indigencia en el hemisferio sur.
La gran traba para vencer la pobreza mundial, reside no tanto en la solidaridad insuficiente del Norte, dicho sea en su descargo, sino en una razón previa: la inexistencia de una percepción diáfana y sentida de lo que ocurre en otras latitudes y lugares. No sabemos ni conocemos con el saber y conocimiento iluminado de la evidencia, algo que nuestro “Avatar ” alcanzaría con absoluta obviedad.
El Banco Mundial establece un umbral de ingresos de 1,25 dólares/día como indicador de la extrema necesidad que afectaba a 1400 millones de personas en 2005. Si la línea se traza en dos dólares/día la cifra aumenta hasta los 2000 millones. Tres mil millones, la mitad del planeta, sobrevivirían con menos de 2,5 dólares/día, 912 dólares al año. Estas son las referencias dinerarias de la pobreza abismal.
Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) en su formulación inicial persiguen reducir a la mitad, entre 1990 y 2015, la proporción de seres humanos que viven en la miseria total. El organismo internacional señala que la tasa de 1,25 dólares/día disminuyó del 52% de la población de los países en desarrollo en 1981 al 25% en 2005, recogiéndose el mayor éxito en Asia Oriental, desde el 78% al 17%, a cambio de ninguna reducción en el África subsahariana. Otras fuentes apuntan a resultados mas desalentadores. Naciones Unidas ha adelantado que la crisis de 2009 arrojará a cincuenta millones de personas adicionales al foso de la desolación.
Nuestro “Avatar” experimentaría sobre el terreno que la pobreza es hambre, contraer la malaria sin posibilidad de acudir a un médico, o convivir con el SIDA sin medios para su tratamiento, o extinguirse lentamente por una hemorragia en la sala de espera de un hospital antes de dar a luz. Asumir que nunca se aprenderá a leer y escribir, carecer de un puesto de trabajo, sentir miedo librando cada día la batalla por la supervivencia. Presenciar la muerte de un niño por beber agua contaminada, la única disponible, padecer catástrofes ecológicas, guerras y corrupción, desesperación e impotencia.
Mas allá de ese escenario caótico se alza un umbral supletorio de dignidad, tantas veces reclamado por Amartya Sen, para quien el bienestar mínimo se edifica sobre un “índice de capacidades básicas” con el que las personas puedan desarrollarse en sociedad. La miseria brota cuando faltan esas “capacidades básicas” y los individuos carecen además de los recursos materiales elementales, de unos derechos primordiales que ejercer o libertades mínimas que practicar. Visto de esta manera la pobreza es un fenómeno multidimensional mucho más complejo cuya superación nos aleja de remedios automáticos.
“Avatar” nos revelaría que la penuria tiránica de la que es testigo, es una situación de la que los afectados intentan huir desesperadamente y que ello representa una llamada a la acción para ambos, occidente y el sur. Pero ninguna maniobra es posible sin el requisito previo de la sensibilización. Cuando la mente de Jake regrese a la lanzadera, hallaremos un humano transformado dispuesto a luchar por lo mejor.
Afortunadamente la sociedad civil ha producido ya centenares de miles de “Avatares” identificados con la sórdida realidad de los más débiles.
Buscando formas para devolverles la esperanza y así evocar al poeta bengalí Kazi Nazrul: “¡Pobreza! me has acariciado con tus espinas. A ti te debo mis ojos desnudos para verlo todo. Tu azote ha convertido mi violín en instrumento de victoria”.
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