G20 y nueva Gobernanza mundial.
Manfred Nolte
Rara vez las cumbres son escenario de algún hito memorable.
La conferencia de Jefes de Estado y de Gobierno del G20 celebrada la semana pasada en la capital coreana no pasará a la historia por el calado de sus consensos. Mas bien, la deprimente impresión que ha dejado traslucir es la de un encuentro entre políticos del máximo rango donde las palabras huecas, los gestos sonrientes y los apretones de manos han concluido en el inveterado pelotazo hacia delante.
Tras Toronto, la ciudad que testificó la rendición incondicional de las políticas de estimulo frente a las de austeridad, el G20 no está en sus horas mas afortunadas. Al espíritu de unidad forjado tras las declaraciones de Washington y Londres ha sucedido el de recelo y las divisiones políticas han sustituido a las iniciativas concertadas. “La de Seúl es la primera cumbre de la segunda etapa del G20”, ha aventurado Dominique Strauss Kahn.
La ”Declaración de los líderes de la Cumbre de Seúl”, nos advierte que “debemos permanecer vigilantes” y que “los riesgos persisten”. Sin embargo la ausencia de acuerdo en los grandes temas se ha constituido en su gran protagonista.
El contencioso surgido en torno a la ‘guerra de las divisas’, que se encuentra aún en sus prolegómenos, ha supuesto un claro varapalo para el gigante americano, algo impensable tan solo cinco años atrás. China ha resistido las exigencias de Washington para que aprecie el tipo de cambio del yuan y ha encontrado unos aliados inesperados en Alemania y Brasil para criticar el plan federal de relajación monetaria inyectando miles de millones de dólares en su economía. Ninguna alusión escrita a cualquiera de los dos sucesos, mientras se proclama la importancia del “reequilibrio” de la economía global, la “coordinación” de las políticas y la abstención de utilizar “devaluaciones competitivas”. Aunque China y Estados Unidos son los ‘grandes jugadores’ del litigio de las divisas, otras naciones harán igualmente lo posible para reducir el valor de sus monedas, estimular sus exportaciones y crear más empleos, lo que se torna en la crónica anunciada de un conflicto mayor.
Los líderes del G20 han rechazado igualmente la propuesta americana para establecer límites a los déficits y superávits comerciales, haciendo un llamamiento a unas vagas directrices no siempre inteligibles. Gran parte de las economías emergentes dinámicas, que crecen a ritmos superiores al 6% atraen capitales masivos que inciden en una apreciación indeseada de sus monedas y de su relación de intercambio. Como reacción, algunos países están imponiendo diversas formas de controles de capital que pueden desatar una reacción en cascada de proteccionismo, abortando otras iniciativas convenidas, como la de la culminación de la ‘Ronda Doha’.
Seúl ha ratificado gran parte de las propuestas del Consejo de Estabilidad Financiera y del FMI para la reforma del sistema financiero, en particular los acuerdos de Basilea III con un plazo de adaptación hasta 2019. Sorprende, con todo, que el club de los selectos se conceda 6 años más para la reconstrucción de su tejido bancario que para la reducción de los déficits presupuestarios. Se desconoce la definición de ‘entidad sistémica’, su enumeración y los requisitos de capital y funcionamiento que habrán de cumplir, extremos todos que registran un apreciable retraso respecto de las fechas inicialmente planificadas para su implementación.
En cuanto a las políticas de desarrollo del sur, el G20 ha formulado un ambicioso plan reemplazando los rutinarios postulados liberales por otros más orientados al crecimiento, a la movilización del ahorro interno y a la creación de infraestructuras en los países menos favorecidos. Excelente iniciativa. Pero ,por el contrario, ni una referencia a la eliminación de aranceles o cuotas ni al acceso a los mercados occidentales por parte de los países necesitados, algo que estaba previsto en el borrador oficial. Y, sorprendentemente, ni rastro de la tasa sobre las transacciones financieras u otros impuestos globales alternativos sobre los que se había solicitado dictamen al FMI y que resultan claves para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio o para combatir el cambio climático.
El desplazamiento del centro de gravedad político y económico hacia los países emergentes dinámicos reabre el debate sobre la armonización y el equilibrio planetarios.
El mundo padece la ausencia de un líder económico global capaz de desempeñar los roles identificados por Charles Kindleberger. Por razones obvias Estados Unidos no puede representar ese papel y no existe una alternativa evidente. Por eso la coordinación es tan crítica en estos momentos para el capitalismo internacional. Una coordinación sustentada en una nueva Gobernanza que no parece pivotar en el G20 y que no se acaba de atisbar.