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domingo, 30 de enero de 2011

Rudolf Elmer.(El Correo, 30.01.11)

Rudolf Elmer.

Manfred Nolte

Elmer (Fudd) Gruñón es un conocido personaje de dibujos animados, una creación ficticia de la Warner Brothers, que viste de cazador y que, escopeta en ristre, se afana por balear a Bugs Bunny y, en ocasiones, también, al Pato Lucas, aunque siempre fracasa en sus intentos. Elmer dice cazar por deporte y no por venganza o necesidad.

Rudolf Elmer es un individuo de carne y hueso, un auditor de 55 años, alto empleado de diversas entidades crediticias, que se encuentra preventivamente en prisión acusado de quebrantar el secreto bancario suizo por entregar a Julian Assange, el icono de Wikileaks, un puñado de CDs.

Sucede que los CDs en cuestión, contienen las listas de unos 2000 clientes, que incluyen a empresarios de éxito, artistas famosos y alrededor de 40 políticos, detallando las operaciones llevadas a cabo en bancos de varios paraísos fiscales, entre ellos ‘Banca Julius Baer’, entidad de la que el propio Elmer fue jefe de operaciones en las Islas Caimán. Al igual que el personaje de ficción, Rudolf Elmer, declara no hacerlo por notoriedad, despecho o dinero, sino impulsado por un mero imperativo moral.

No es la primera vez que lo hace y pesa sobre él una sentencia, dictada a instancia de la referida ‘Banca Baer’ en virtud de la cual ha sido multado de forma suspensiva con 6.000 francos suizos, solamente en el caso de que volviese a reincidir durante los dos próximos años.

Este aparente relato de comedia esconde, sin embargo, una problemática de enorme trascendencia. De una parte pone sobre el tapete la procedencia o improcedencia de determinadas prácticas delatoras. De otra remite a uno de los sumideros mas inconfesables de nuestra moderna economía de mercado: la existencia de las jurisdicciones secretas.

No entraremos a analizar las actuaciones delatoras, que cuentan con procedimientos fragmentados e insuficientes en diversos ordenamientos jurídicos, pero si habrá que admitir la existencia de un conflicto de intereses a superar sin que una instancia derrote a la otra. Por un lado, el legítimo derecho a que Instituciones y personas físicas preserven su privacidad, con la inexcusable imposición del deber de secreto. Por otro, la reivindicación acerca de la transparencia de los comportamientos personales en el marco de una ley que se presume haya de ser universalmente aplicada y en general la cuestión de si las normas son vinculantes para todos o admiten excepciones, privilegios y por qué causa.

En paralelo fluye la exigencia de índole universal por la que los ciudadanos desean conocer lo que hacen quienes les gobiernan, extremo que subyace al escándalo desatado por el fenómeno Wikileaks.

Pero una notoria conducta de infidelidad por parte de un empleado hacia su empresario, como es presuntamente el caso de Rudolf Elmer no puede ocultar la premisa mayor del silogismo: el inaudito hecho de que en pleno siglo 21 persista la existencia de los jurisdicciones opacas, de los paraísos fiscales.

Y ello no tanto por ser reductos de baja fiscalidad que permiten legalmente a las empresas multinacionales desviar hacia ellos los beneficios devengados en otros países, con grave quebranto para el desarrollo de los más vulnerables. Ni siquiera porque dan cobijo a remesas fabulosas con origen en las dictaduras del sur y también de otras latitudes.

El cáncer fundamental de estos centros se detecta primordialmente en la asunción legal de la opacidad a través de la figura de la ‘fiducia’ por la que se guarece el anonimato del titular último y real del negocio. Mientras occidente avanza hacia el intercambio sistemático de información promoviendo la transparencia de las operaciones, bajo la práctica fiduciaria estos centros proveen un espacio de impunidad a todo tipo de comercios ilícitos. Mientras el mundo negocia con aplicación plataformas de consenso y homogeneidad armonizando la actividad económica y estableciendo reglas de juego, estas demarcaciones apadrinan el escape de la norma, promueven la alteración de las reglas amparando la corrupción y la criminalidad, y desquician la transitividad y la lógica del sistema. Procederes perseguidos por la ley en gran parte de occidente son comúnmente admitidos o tolerados en ellas.

El inconfesable tráfico consolidado en las cloacas de la economía de libre mercado, un sistema concebido por los padres del liberalismo sin posiciones dominantes ni aliviaderos de corrupción, persiste porque los políticos miran hacia otro lado. La declaración de los líderes del G20 en Londres en abril de 2009, anunciaba que ‘la era del secreto bancario ha pasado’, pero todo ha sido un fuego de artificio, y a las palabras huecas no han sucedido acciones políticas eficaces . La responsabilidad de los gobernantes es incontestable. Así cabe deducirlo del viejo aforismo del derecho penal según el cual ‘la causa de la causa es causa del mal causado’.

domingo, 16 de enero de 2011

La pregunta de los cuatro billones.(El Correo,16.01.11)

La pregunta de los cuatro billones.

Manfred Nolte

La pregunta del millón puede resultar fácil, un acertijo para niños. Mas inusual y, por lo tanto, más intrigante se pone el tema cuando el exponente pasa de seis a doce y la base decimal se multiplica por cuatro: cuatro billones de dólares.

Esa es la cifra promedio diaria de movimientos que han registrado los mercados globales de divisas en el trienio cerrado en abril de 2010. Según el Banco de Pagos Internacionales(BPI) que asume periódicamente la contabilidad de esta parcela de la actividad financiera, a dicha fecha la cifra de negocio de los mercados de divisas creció un 20% en relación a 2007 con un movimiento promedio diario de cuatro billones de dólares comparado con los 3,3 billones de 2007. Son cifras definitivas.

Pero ¿qué valor social se esconde detrás de estas magnitudes exorbitantes?

Una pregunta de cuatro billones de dólares.

Comencemos reconociendo que los mercados de divisas son imprescindibles. Permiten a particulares y empresas obtener bienes y servicios de otros países, o invertir en ellos, pagando con la moneda doméstica, y recíprocamente cobrar en moneda local los bienes y servicios vendidos a residentes en terceros países.

Algunos operadores agudizan el ingenio y encuentran rentable arbitrar entre los intereses de distintas monedas, adquiriendo la de tipo bajo e invirtiéndola en la de tipo de interés superior, actividad no exenta de grave riesgos, pero en algunas ocasiones provechosa para los intereses del arbitrajista. Esta actividad –‘carry trade’ en la jerga cambiaria- ha sido profusamente utilizada por los grandes bancos internacionales durante la presente crisis, tirando de liquidez del BCE o de la FED y adquiriendo activos líquidos de rendimientos superiores. Flaco favor a la causa de la recuperación, ya que dicha práctica han restado recursos a la recuperación del crédito. Y con potenciales efectos reactivos. En años recientes, la apuesta de adquirir yenes japoneses cambiándolos a coronas islandesas, con un alto diferencial, condujo a la postre a una súbita cancelación de posiciones lo que contribuyó decisivamente al colapso económico islandés de 2008.

Los mercados alientan un paso mas: comprar o vender divisas apostando en función de expectativas. O sea: especular. Un triste éxito registró en 1992 el fondo de Soros ‘Quantum Hedge Fund’, al ganarle la partida a una libra esterlina abatida, obligando al gobierno británico a su depreciación y embolsándose unas plusvalías de mil millones de dólares. Claro que no siempre las cosas les ‘salen bien’ a los intrépidos especuladores. La historia financiera está cuajada de escándalos que obligaron a adoptar medidas excepcionales, en algunos casos con fondos de los contribuyentes. El ejemplo de la quiebra de ‘Long Term Capital Management’ en 1998 y otros fracasos sonoros de reciente actualidad están ahí para refrescarnos la memoria. La escasa regulación de la actividad y el alto apalancamiento de los operadores son ingredientes adicionales de un cóctel explosivo.

Como puede derivarse de un sencillo cálculo, en 2010, el volumen de las transacciones de divisas representó 17 veces el valor del PIB mundial. En 1992 apenas significaba 8 veces su valor. Paralelamente, en 1973 se estimaba que el 80% de los movimientos en divisas tenían una finalidad comercial, mientras que en la actualidad se considera que dicho porcentaje le corresponde a las operaciones de ‘trading’ a corto plazo, esto es, transacciones entre operadores financieros, de suma cero, que apenas guardan relación con la economía real. El movimiento diario de esta categoría creció un 42% en el trienio.

Otra confusa tendencia que se esconde tras las cifras del BIS es el creciente auge del comercio ‘algorítmico’. Bajo esta técnica los ordenadores observan los datos del mercado y en base a un algoritmo incorporado originan instrucciones de compraventa, en cuestión de milisegundos, sin la intervención humana.

Esta práctica no es banal ya que aun continúan ignoradas las causas del ‘flash crash’ de mayo de 2010, cuando el Dow Jones perdió mil puntos en cuestión de minutos, presuntamente por la maniobra errónea de una máquina.

Dos reflexiones para concluir.

Las cifras reveladas van mas allá de lo creíble, pero reflejan cómo los inversores financieros globales han encontrado en los mercados de divisas un bazar sumamente lucrativo. Mientras la economía real languidece, el casino financiero registra tasas de crecimiento del 20%.

Detrás de los datos se esconden unos mercados no organizados, monopolio exclusivo de la banca, escasamente vigilados, ajenos a la economía real y que entrañan riesgos potenciales para la colectividad. Una vez más urge que los reguladores muestren su cara más exigente a unos productos de dudosa o escasa utilidad social.

lunes, 3 de enero de 2011

Carta a los Reyes Magos(El Correo, 03.01.11)

Carta a los Reyes Magos.

Manfred Nolte

Queridos Reyes Magos:

Desde la manifestación de aquella estrella atípica que motivó la primera cabalgata de la historia han transcurrido un par de millares de años. Vaya, que estaréis más que habituados a los sobresaltos de coyunturas cambiantes, y a las sucesivas alternancias de alegrías y desazones que estas acarrean.

Fieles a vuestra fantástica misión cada año en estas fechas, os coláis inadvertidos en los aposentos de los habitantes más diminutos de la tierra, satisfaciendo en la medida de lo posible sus infantiles encargos, redactados desde el mundo sin límites de la inocencia.

En esa ensoñación reside la primera dádiva inadvertida, puesto que lo más hermoso del deseo humano reside en el tiempo y modo en que este se proyecta, cuando uno diseña la pasarela que unirá sueño con realidad.

Como ciudadanos adultos comprendemos que no somos sujetos de vuestra competencia, pero nos permitiréis, con todo, que sigamos vuestra invisible estela y os narremos la consternación que existe a nuestro alrededor. Tal vez sin volver el rostro queráis dejar caer algún mágico algoritmo, alguna receta o aviso que leeríamos ávidamente sabiendo de vuestros buenos sentimientos.

Resulta, Majestades, que en algo más de tres años hemos pasado de ser héroes de un milagro económico a actores de una burda farsa de corral de comedia. De envidiados a objeto de mofa. De alumnos aventajados a titulares de la última fila de la clase, la de los torpes y permanentemente aleccionados, los de dudosa reconducción.

Nos descolocó en un principio que los pirómanos convictos (aunque no confesos) de la gran banca americana, de donde partieron todos estos males mayúsculos que azotan el planeta en general y a nosotros en particular, se hayan ido absolutamente de rositas. Rescatados y bendecidos. Hoy, tres años después, los sonrosados muchachotes de Wall Street vuelven a descorchar botellas de champán para festejar escandalosas gratificaciones millonarias.

Más tarde nuestro sistema financiero, la avanzadilla de Europa con su bandera singular de provisiones anticíclicas, empezó a tambalearse fruto del crack inmobiliario. Hoy acumula en sus carteras millardos de euros de activos adjudicados en pago de deudas, de cuya digestión nadie es capaz de aventurar plazo ni resultado alguno.

Y como consecuencia de todo ello, la recesión, el paro, el gigantesco endeudamiento público y con él el descrédito internacional y el dedo inquisitorial de la comunidad inversora , la amenaza del bochorno secular: el impago y el rescate.

En dos años el país se ha empobrecido alrededor del 4% y aunque las estimaciones oficiales de crecimiento para 2011 se cifran en un tímido 1,3%, los chicos del FMI creen que se quedará en el 0,7% y los más pesimistas de Fitch lo rebajan al 0,5%. En cualquiera de los casos la tasa de paro puede rebasar el 20%, un nivel que, adicionalmente, amenaza con durar bastante más de lo esperado.

Las medidas de austeridad acordadas con los socios de la eurozona para reducir el déficit público hasta un 6% del PIB pueden ser técnicamente adecuadas pero arrastrarán a miles de familias al desamparo y a la pobreza.

De monarca a monarca: el de aquí ya ha certificado más de cuatro millones y medio de personas sin empleo, con una tasa de paro juvenil del 42% que duplica la media de la Unión Europea. En el comercio, 30.000 establecimientos cerrados con 90.000 empleos perdidos. El coste medio por trabajador y mes cayendo, debido a la congelación relativa de los salarios y el sector público que ha asumido el torniquete a sus emolumentos sin pestañear.

Altezas: ahí está una encuesta de Caritas que no se refiere al África Subsahariana ni a otras bolsas de indigencia flagrante del hemisferio sur, pero que comparte con ellas el bochorno de las cifras. En España unas 9 millones de personas están afectadas de pobreza ’moderada’ con 6.000 euros-año de ingresos (un 19,6% del total), de los cuales, los severos(un 3,1%) sobreviven con menos de 3.000 euros anuales.

Aquí es donde os necesitaríamos.

¿Hay remedio disponible para superar este calvario? No queremos el oro de Melchor que tal y como se cotiza en los mercados internacionales descuenta el estallido de otra burbuja sistémica. Ni incienso, más idóneo para perfumar a las Merkel, Sarkozys u otros líderes de lo que ahora se llaman los ‘emergentes dinámicos’.Tal vez lágrimas de mirra para adormecer nuestra rabia y apuntalar nuestra paciencia, haciéndonos esperar que pronto otro futuro será un presente mejor.

Y aprender también, en lo que nos toca, la lección de la experiencia, que, como ya adelantó Oscar Wilde, no es sino el nombre que damos a la lista de los errores cometidos.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Una Banca alternativa.(El Correo 19.12.10)

Una Banca alternativa.

Manfred Nolte.

Asignar al sector bancario el papel de pulmón de la economía no resulta novedoso. Lo es, sobre todo, debido a sus vitales funciones de asunción y traslación del riesgo desde los depositantes hasta los inversores a través de un elemental sistema de intermediación.

Hasta no hace mucho tiempo el cliente que solicitaba un préstamo a su caja o banco local se sometía a un riguroso examen formulado por un empleado instruido que terminaba invariablemente en la pregunta crucial: ¿Cómo piensa Vd. devolver el dinero?

Este procedimiento aparentemente autoritario y abusivo gozaba de un atributo vital para la salud del sistema: la entidad financiera asumía plenamente la relación crediticia respecto del cliente prestatario. Aun hoy en día esta práctica se realiza por las más tradicionales de nuestras instituciones, que casualmente han resultado ser las más solventes.

Esta fórmula simple, aburrida y eficiente, aplaudida durante décadas por su consistente respaldo a la economía real, ha dado paso a otra más compleja – en particular en los Estados Unidos de América, - donde las pretendidas innovaciones financieras han creado productos de altísimo riesgo, dudosa comprensión y escaso o nulo valor social que han dado al traste con el sector no sin arrastrar en su caída al conjunto de la Economía real.

La paciente tarea de la intermediación cede el paso sucesivamente a la ciencia del ‘retail banking’ con sus políticas de venta cruzada, en las que el objetivo radica en que el cliente adquiera el mayor número posible de productos y servicios de la entidad, fomentando su vinculación y creando sinergias de escala. El ‘credit scoring’ hace desaparecer el rostro del cliente hasta el momento de la entrada en escena de la técnica de la desintermediación en la que las entidades venden grandes parcelas de su balance a terceros. Empaquetar para vender: he ahí la esencia de la titulación. Qué producto se venda, de qué fiabilidad y garantía para su adquirente es harina de otro costal. Tal fórmula viciada en su esencia operativa- la desaparición del nexo entre acreedor y deudor- no podía sino conducir al fracaso, como efectivamente ha sucedido.

Si hubiese subsistido la relación tradicional deudor-acreedor, y el banco hubiese tenido siquiera un vago interés por cómo procedería el deudor a la devolución del préstamo, y –sobre todo- si el banco hubiese conservado efectivamente en sus libros el préstamo hasta su vencimiento, todo habría sido diferente. Nada de esto tuvo lugar porque el banco había abdicado de su responsabilidad, rompiendo la relación de acreedor con su cliente prestatario. Como consecuencia de lo cual la economía se halla sobreendeudada, y simultáneamente, al aumentar las tasas de morosidad y disminuir el valor de los activos subyacentes, el sistema financiero – a pesar de los rescates públicos habidos- atraviesa una situación más que apurada.

Puesto que un gran colectivo de bancos ha abandonado su rol básico de proteger a los mercados del riesgo de crédito y dado que este tipo de riesgo ha crecido exponencialmente en los últimos 10 años hasta el punto de amenazar a la economía real, habrá que cuestionarse seriamente por qué esta clase de entidades merece mantener posiciones de privilegio, en particular en lo que respeta a los rescates automáticos de los gobiernos siempre con cargo a los fondos del contribuyente y también al recurso prácticamente ilimitado al crédito institucional, que a la postre revierten escasa o nulamente a favor de la economía productiva.

Procede, en consecuencia, repensar seriamente la viabilidad de los bancos globales alejados de la forma de banca personalizada y tradicional a la que venimos aludiendo. Las iniciativas en curso sobre los llamados ‘esquemas de resolución” que permitan la quiebra ordenada de estas firmas sistémicas sin que generen efectos colaterales nocivos también son dignos de citarse. A ello ayudaría no poco la introducción de un esquema global de tasas bancarias como los que entrarán en vigor en Alemania y Reino Unido a partir de enero de 2011.

Por mucho que, por el momento, este y otros temas relacionados con la gran Banca constituyan un auténtico tabú, hay un hecho evidente: la prevención de futuras crisis pasa por algo sustantivamente distinto del reforzamiento de la capitalización bancaria, tal y como viene impuesto por Basilea III.

El capitalismo de mercado, cualquiera que sea la forma que adopte en su evolución futura, no puede sobrevivir con un sistema bancario global tal y como se halla diseñado en la actualidad.

El retorno a la banca tradicional se constituye en un imperativo, que extrañamente los administradores de nuestra economía, los poderes gubernamentales, no parecen reconocer, ignorando los peligros que tal régimen representa para la refundación de nuestra prosperidad.

domingo, 5 de diciembre de 2010

¿Acoso o huida?(El Correo,05.12.10)

¿Acoso o huida?

Manfred Nolte

El repudio sufrido por la deuda pública española en los mercados internacionales, medido por el margen de interés respecto del ‘bund’ alemán y por el coste de los seguros de impago, ha acrecentado el temor a un rescate comunitario de proporciones y consecuencias imprevisibles. La mayor caída diaria, desde la introducción del euro, en el precio de los bonos a diez años se producía a principios de semana, disparando su prima de riesgo a máximos históricos, alcanzando los 311 puntos básicos, por 360 los seguros de impago.

En tales circunstancias la tozuda versión oficial alude a un ataque especulativo sobre nuestra economía, inmerecido en todo caso –nosotros no somos Grecia ni Irlanda- , recordando la consistencia de nuestros ‘fundamentales’ y el tonelaje subyacente a nuestro tejido productivo, el correspondiente a la décima potencia industrial del planeta , el buen ritmo desarrollado por el programa de austeridad en marcha, la incipiente recuperación de los ingresos fiscales, la presión ejercida sobre el subsector de cajas para su consolidación definitiva y las acciones en curso para la reforma laboral, de las pensiones y otras.

La magnitud del incendio aumentó con el anuncio de la llamada ‘opción Abu Dabi’ –que finalmente se hará ‘caso por caso’- y que implicará a los inversores privados en el eventual rescate de las economías del área euro a partir de 2013 y con las inesperadas declaraciones del Comisario Almunia primero y de la Comisión Europea después ,augurando esta última el fracaso en la reducción del agujero presupuestario español al 6% en 2011.

Pero el desconcierto reinante debe reconducirse a realidades llanas. Los héroes de nuestro estamento político luchan contra fantasmas, improvisando discursos tan vagos como inútiles. La tesis de la conspiración especulativa, como tratamos de mostrar, se sostiene con dificultad.

Repasemos hechos objetivos.

Primero: si bien es cierto que España aprueba el examen de la deuda total en porcentaje del PIB, superando incluso a Alemania, y su déficit no resulta descabellado, encabeza las listas de paro de la UE. Adicionalmente necesita refinanciar, solamente en 2011, 252.000 millones de deuda exterior -134.000 el Tesoro, y el resto entre la Banca española y las empresas del Ibex- mas el monto del déficit del ejercicio.

Segundo:¿Cuáles son las pérdidas de Bancos y Cajas derivadas del estallido de la burbuja inmobiliaria? El conjunto de crédito a promotores, constructoras y compradores roza el billón de euros, cifra similar a la del PIB español. Fuentes solventes apuntan a una posición dudosa del orden de 180.000 millones de euros, nueve veces el beneficio estimado para 2010 del conjunto de entidades financieras. No menos del 25% de dicha cifra se reputa irrecuperable lo que remite a 46.000 millones en capital adicional para afrontar las pérdidas del sector.

Tercero: España ha ido acumulando un déficit de competitividad cuyo origen se encuentra en un aumento diferencial de precios y costes respecto de nuestros socios de la UE y que en ausencia de ajustes en el tipo de cambio nominal –quemamos las naves al adoptar el euro- supone una sobrevaloración de nuestro tipo de cambio real. Ello lastra seriamente nuestra capacidad de crecimiento.

Todo ello habilita comprensiblemente un escenario de desconfianza. Los inversores dudan de la solvencia de España y en consecuencia optan por no adquirir su deuda soberana. Paralelamente, anteriores compradores deciden venderla antes de que sea demasiado tarde o protegerse comprando cobertura.

Hasta aquí resulta incuestionable que los mercados no atacan a la deuda española ni a su economía. Antes bien huyen de ella por causas tan objetivas como evidentes. Tampoco se advierte especulación alguna, sino la legitima protección de los intereses propios.

Otra cosa es que, desde aguas cenagosas, surjan invariablemente las ratas de cloaca –honorables firmas financieras de reputación internacional-adoptando posiciones cortas sobre el país, comprando cobertura sin subyacente de la deuda soberana y vendiendo futuros de esos mismos bonos, en una apuesta –no sin alto riesgo- por un beneficio fugaz.

Es aquí donde el BCE debe actuar de cortafuegos –como parece será el caso- adoptando drásticas medidas contraespeculativas. Acciones ‘menos convencionales’ –como la monetización de la deuda- unidas al refuerzo de las líneas de liquidez, ya utilizadas por la FED de forma generalizada y que Trichet debe emular. De esta manera se reforzará el euro, se relajarán los tipos de los bonos, y finalmente se estabilizarán los mercados. Un tímido debut hacia la futura gobernanza europea.

Pero ello no debe volvernos ciegos para con nuestros gravísimos problemas, cuya resolución pasa lamentablemente por una devaluación interna del país, un ajuste presupuestario flanqueado de importantes reformas económicas, que deberán ejecutarse atendiendo a estrictos principios de justicia y de solidaridad.

domingo, 21 de noviembre de 2010

G20 y nueva Gobernanza mundial.(El Correo 21.11.10)

G20 y nueva Gobernanza mundial.

Manfred Nolte

Rara vez las cumbres son escenario de algún hito memorable.

La conferencia de Jefes de Estado y de Gobierno del G20 celebrada la semana pasada en la capital coreana no pasará a la historia por el calado de sus consensos. Mas bien, la deprimente impresión que ha dejado traslucir es la de un encuentro entre políticos del máximo rango donde las palabras huecas, los gestos sonrientes y los apretones de manos han concluido en el inveterado pelotazo hacia delante.

Tras Toronto, la ciudad que testificó la rendición incondicional de las políticas de estimulo frente a las de austeridad, el G20 no está en sus horas mas afortunadas. Al espíritu de unidad forjado tras las declaraciones de Washington y Londres ha sucedido el de recelo y las divisiones políticas han sustituido a las iniciativas concertadas. “La de Seúl es la primera cumbre de la segunda etapa del G20”, ha aventurado Dominique Strauss Kahn.

La ”Declaración de los líderes de la Cumbre de Seúl”, nos advierte que “debemos permanecer vigilantes” y que “los riesgos persisten”. Sin embargo la ausencia de acuerdo en los grandes temas se ha constituido en su gran protagonista.

El contencioso surgido en torno a la ‘guerra de las divisas’, que se encuentra aún en sus prolegómenos, ha supuesto un claro varapalo para el gigante americano, algo impensable tan solo cinco años atrás. China ha resistido las exigencias de Washington para que aprecie el tipo de cambio del yuan y ha encontrado unos aliados inesperados en Alemania y Brasil para criticar el plan federal de relajación monetaria inyectando miles de millones de dólares en su economía. Ninguna alusión escrita a cualquiera de los dos sucesos, mientras se proclama la importancia del “reequilibrio” de la economía global, la “coordinación” de las políticas y la abstención de utilizar “devaluaciones competitivas”. Aunque China y Estados Unidos son los ‘grandes jugadores’ del litigio de las divisas, otras naciones harán igualmente lo posible para reducir el valor de sus monedas, estimular sus exportaciones y crear más empleos, lo que se torna en la crónica anunciada de un conflicto mayor.

Los líderes del G20 han rechazado igualmente la propuesta americana para establecer límites a los déficits y superávits comerciales, haciendo un llamamiento a unas vagas directrices no siempre inteligibles. Gran parte de las economías emergentes dinámicas, que crecen a ritmos superiores al 6% atraen capitales masivos que inciden en una apreciación indeseada de sus monedas y de su relación de intercambio. Como reacción, algunos países están imponiendo diversas formas de controles de capital que pueden desatar una reacción en cascada de proteccionismo, abortando otras iniciativas convenidas, como la de la culminación de la ‘Ronda Doha’.

Seúl ha ratificado gran parte de las propuestas del Consejo de Estabilidad Financiera y del FMI para la reforma del sistema financiero, en particular los acuerdos de Basilea III con un plazo de adaptación hasta 2019. Sorprende, con todo, que el club de los selectos se conceda 6 años más para la reconstrucción de su tejido bancario que para la reducción de los déficits presupuestarios. Se desconoce la definición de ‘entidad sistémica’, su enumeración y los requisitos de capital y funcionamiento que habrán de cumplir, extremos todos que registran un apreciable retraso respecto de las fechas inicialmente planificadas para su implementación.

En cuanto a las políticas de desarrollo del sur, el G20 ha formulado un ambicioso plan reemplazando los rutinarios postulados liberales por otros más orientados al crecimiento, a la movilización del ahorro interno y a la creación de infraestructuras en los países menos favorecidos. Excelente iniciativa. Pero ,por el contrario, ni una referencia a la eliminación de aranceles o cuotas ni al acceso a los mercados occidentales por parte de los países necesitados, algo que estaba previsto en el borrador oficial. Y, sorprendentemente, ni rastro de la tasa sobre las transacciones financieras u otros impuestos globales alternativos sobre los que se había solicitado dictamen al FMI y que resultan claves para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio o para combatir el cambio climático.

El desplazamiento del centro de gravedad político y económico hacia los países emergentes dinámicos reabre el debate sobre la armonización y el equilibrio planetarios.

El mundo padece la ausencia de un líder económico global capaz de desempeñar los roles identificados por Charles Kindleberger. Por razones obvias Estados Unidos no puede representar ese papel y no existe una alternativa evidente. Por eso la coordinación es tan crítica en estos momentos para el capitalismo internacional. Una coordinación sustentada en una nueva Gobernanza que no parece pivotar en el G20 y que no se acaba de atisbar.

domingo, 7 de noviembre de 2010

G20:¿Hacia una nueva 'lex bancaria'? (El Correo 07.11.10)

G20: ¿Hacia una nueva ‘lex bancaria’?

Manfred Nolte

Entre los candentes temas incluidos en la próxima agenda del G20 en Seúl, dos se refieren a la profesión bancaria. Ambos, y sus correspondientes líneas de acción, aspiran a estabilizar primero y prevenir después los fracasos corporativos o sistémicos del sector.

La actualidad del asunto se redobla cuando voces de las más altas instancias internacionales, desde la FED estadounidense al Banco Central Europeo, la Unión Europea o el FMI , coinciden en alertar que la crisis instalada en esta cardinal parcela de la economía dista mucho de estar superada.

Como es sabido, las propuestas giran en torno a una más severa regulación de la capitalización de las entidades y/o a su sometimiento a nuevas figuras fiscales.

En relación a la regulación prudencial, en setiembre de 2010, el ‘Comité de Supervisión bancaria de Basilea’ presentó un cuerpo de nuevas reglas proponiendo definiciones estrictas del capital de los bancos, la introducción de un ratio de apalancamiento y provisiones que actuasen de amortiguadores anticíclicos. El proyecto, de ser asumido, se implementará gradualmente a lo largo de seis años a partir de enero de 2013. Las recomendaciones del ‘Comité de Supervisión’ se trasladarán al pleno del G20 en Seúl junto a otras del ‘Consejo de Estabilidad Financiera’ acerca de las ‘Instituciones Financieras de relevancia sistémica’.

En lo que se refiere a nuevos impuestos, su mentor es el FMI quien sugiere varias alternativas de gravar al sistema financiero para que ‘contribuya justamente a la resolución de la crisis’, bien en forma de una tasa sobre el valor añadido generado por la industria, sobre sus pasivos bancarios velando por la correcta y congruente financiación del balance o incluso sobre el granel de sus transacciones financieras.

Lo anterior representaría el colofón exitoso de una reforma perseguida por la comunidad de países durante los últimos dos años, si no fuera porque tras ella se oculta la trampa de unas medidas procíclicas, esto es, que contribuyen a reforzar la perniciosa inercia de la coyuntura. En efecto: el Comité de Basilea fija los requerimientos de capital como un cociente entre capital y activos, posibilitando a los bancos la opción de incrementar dicho cociente no mediante la inyección de nuevo capital sino reduciendo su cartera de créditos y disminuyendo sus cifra de balance. Pero actuando así, son consumidores y empresas quienes corren con el coste de las reformas planteadas.

Prominentes ejecutivos bancarios han asignado a ‘Basilea III’ un efecto debilitador de la frágil recuperación económica. El ‘Lobby’ del sector, el ‘Instituto de Finanzas Internacionales’ ha aventurado que la nueva normativa podría reducir el crecimiento del PIB del G3 en tres puntos porcentuales. Y uno de sus más firmes detractores, el gobernador del Banco de Canadá, Mark Carney, ha cifrado en 13 billones de dólares el impacto de las medidas en la economías del G20.

Lamentablemente, cuantificaciones aparte, no solo cabe dar la razón a la representación sectorial en lo que hace a los nocivos efectos secundarios de las iniciativas propuestas sino que además resulta más que cuestionable que Basilea III sea capaz de prevenir una nueva crisis financiera.

Al margen de que las reglas ignoran las diferentes características y necesidades de la actividad bancaria en los países menos desarrollados, el planteamiento de base resulta asombrosamente simplista: elaborar mecanismos de resolución exigiendo a los gestores crear las correspondientes reservas microprudenciales para responder ante terceros en caso de siniestro, sin entrar en el tema de fondo de una acción normativa que prevenga del peligro potencial que determinadas operativas erróneas o aun fraudulentas puede acarrear a la propia entidad y a su radio de alcance sistémico.

De forma tímida, la ley Dodd-Frank, y en particular la llamada ‘regla Volcker’ han apuntado en la dirección acertada. La norma americana, limita en las entidades bancarias ‘comerciales’ determinadas prácticas como, por ejemplo, la negociación de divisas y otros activos a muy corto plazo (‘proprietary Trading’), así como la gestión de ‘hedge funds’ especulativos o la actividad de capital riesgo. Aparcando estos productos de escasa o nula utilidad social cabría liberar recursos de capitalización que redunden en mayores flujos de crédito en beneficio de la economía real.

Lo deseable y urgente sería, en consecuencia, que el G20 variase el rumbo hacia la definición de una nueva ´lex bancaria’ global. Una, en la que la supervisión normativa prime sobre una mera regulación aritmética, en aras de unas finanzas concebidas al servicio de la economía productiva.

La configuración actual de amplios segmentos de la Banca universal contiene tales ingredientes de disfuncionalidad, ineficiencia y riesgo, que los líderes del planeta harían bien en promover este tipo de alternativas.