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domingo, 11 de enero de 2009

Dos varas para medir. (El Correo 11.01.09)

Dos varas para medir

Manfred Nolte

La propiedad transitiva de los Conjuntos, aquella que postula que si A está comprendida en B y ésta en C, entonces necesariamente A también estará comprendida en C, es una sencilla y deliciosa muestra del pensamiento lógico. Tanto que, en la práctica, lógica y transitividad suelen considerarse sinónimos. Mucho antes de que Georg Cantor introdujera en 1874 la Teoría de Conjuntos, desde los albores de la civilización, filósofos y pensadores han ahondado en las leyes de la lógica como instrumento para alcanzar la verdad y huir del caos y la anarquía. A menudo se mutila la lógica, y se asume con cínica naturalidad que la medición de las cosas no depende del patrón de medida utilizado, sino de otros factores imprecisos. Llegado el caso se utilizan sin rubor dos varas distintas para medir: una para lo propio y otra para lo de los demás.

En Setiembre de 2008, la escalada de esta crisis sin culpables que estamos padeciendo, produjo en los países más ricos del mundo una reacción fulminante en rescate de sus entidades financieras, seriamente amenazadas. A los tres días de la quiebra de Lehman Brothers, el 15 de dicho mes, el secretario del Tesoro americano Henry Paulson presentó al Congreso un plan que contenía la intervención pública más radical desde la Gran Depresión y quizá de todos los tiempos. El plan de salvación financiero supera los 1,3 billones de dólares. A las pocas semanas, Gordon Brown anunció un rescate equivalente para el sector bancario británico. Este movimiento provocó reacciones similares en los restantes países europeos alcanzando los 2,8 billones de dólares. Aunque voces muy respetadas como la del Nobel Krugman mantengan posiciones divergentes, existe el consenso de que la gravedad de la crisis justificaba esta intervención sin precedentes.

Pero estas cifras descubren una profunda paradoja al analizarlas en clave de transitividad: En efecto, los 4,1 billones de dólares comprometidos por Estados Unidos y los Gobiernos Europeos para apoyar a las Instituciones financieras infectadas suponen más de 45 veces los 90,7 millardos que dichos países dedicaron en 2007 a la ayuda al desarrollo del Sur. USAID, la Agencia Americana de Ayuda al Desarrollo invirtió 23,2 millardos en ayuda a todos los países en desarrollo en 2007, menos de los 29 millardos de avales firmados a JP Morgan para que este adquiriera Bear Sterns .Solo en el rescate de la aseguradora AIG empleó 152,5 millardos de dólares. Y 306 millardos más en garantizar activos de Citigroup. 306 millardos es una cantidad respetable de dinero: es el 2 por ciento del PIB americano y tres veces la cifra occidental total de ayuda al desarrollo.

Pasando de las cifras a los aspectos sistémicos, la paradoja se agrava al constatar que la vieja noción liberal del mercado autorregulador y suficiente se esfumaba a golpe de Decreto. Los países centrales han decidido una intervención sin contemplaciones en el sector financiero llegando a la participación directa en el capital cuando ha sido necesario, volcando ayudas a discreción sin otro requisito que el de formar parte del sector y presentar un balance comprometido.

Nada que ver con lo aplicado a los Países del Sur. Durante años, los líderes de estos países fueron instruidos por el FMI, Banco Mundial y OMC acerca de las bondades del libre mercado. Para recibir ayudas, los países en desarrollo fueron sometidos a una estricta condicionalidad: debían acometer reformas levantando barreras comerciales y suprimiendo aranceles, desregulando los mercados financieros y laborales, privatizando la industria básica pública, eliminando subvenciones e implantando en su grado más radical políticas de libre cambio. No es sorprendente que el sur se encuentre desconcertado.

De cara al futuro, experiencias pasadas correlacionan las crisis de los países centrales con reducciones de su ayuda al desarrollo. En Setiembre de 2007, los Países donantes anunciaron una inyección adicional de 16 millardos, para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio, pero es alto el escepticismo reinante en torno al cumplimiento de tales compromisos. La declaración del G20 contiene una promesa vaga de mantener las cifras existentes.

Por mucho que la crisis sea global y que la interdependencia financiera y real de los países sea incuestionable, la evidencia que emerge de los hechos relatados es extremadamente injusta y cruel: los promotores de la crisis, frente a las victimas inocentes de la misma, siguen utilizando dos varas para medir. En el caso analizado sin el menor embozo ni disimulo.

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