Bancos sí, Zombis no.
Manfred Nolte
Los sistemas bancarios de Estados Unidos, Reino Unido y de otras latitudes geográficas están próximos a la insolvencia, auspiciando una situación similar a la de Japón en los años 90 o incluso la norteamericana del gran crash. Solamente en la primera economía del mundo las predicciones de perdidas de 1 billón de dólares atribuidas al sector en 2008 se han quedado cortas. Las realmente dotadas han traspasado dicho umbral y el Fondo Monetario Internacional aventura que la cifra se duplicará hasta los 2 billones. Pero el episodio “subprime” puede ser solamente una parte del problema. Si escuchamos a Nouriel Roubini, 7 billones de activos adicionales –préstamos comerciales con garantía real, posiciones aplazadas derivadas de tarjetas de crédito, bonos de alto rendimiento y otros- corren el riesgo de perder gran parte de su valor. Para poner en referencia estas cifras bastará señalar que el PNB americano en 2008 sumó 14,3 billones de dólares.
La crisis de liquidez ha sido suplantada por otra mucho mas preocupante de solvencia, en la que nos encontramos, y que ha desatado un sentimiento generalizado de desconfianza, atenazando las relaciones intrasectoriales. Los Bancos no se fían unos de otros y ,de rechazo, estrangulan a la economía real, por la incapacidad sicológica –sobrereacción- y material para conceder préstamos, cautivos de un obligado proceso de desapalancamiento.
El inapelable testimonio de las Bolsas castigando insistentemente al sector es un claro indicador de cómo los mercados y la economía en general evalúan esta dramática situación de indefinición e inmovilismo.
Las gigantescas terapias de choque aplicadas hasta el momento para el rescate de las Entidades financieras, se han mostrado insuficientes en los resultados y altamente contestados en un importante sector de los medios políticos y de la academia. Además hieren la sensibilidad de la ciudadanía. Baste citar, a modo de ejemplo, los apoyos multimillonarios que están recibiendo Bank of America, Citigroup y RBS, cuyo alcance final se desconoce. Después de todo, la flagrante constatación de que los beneficios sean para el sector y quienes los dirigen, mientras que las pérdidas reviertan en la generalidad de los contribuyentes, sin un límite o un marco concreto y preestablecido, es difícilmente defendible.
Nadie pone en duda de que, a pesar de que el ideario capitalista neoliberal haya debido inmolarse en el empeño, la intervención de los Estados en la crisis ha sido y es inexcusable. Cualquiera que sea su coste, es infinitamente menor que el que se derivaría de la inhibición de las instancias publicas y del colapso total de los mercados. Las medidas de choque para extinguir un incendio devastador son condición necesaria, previa a la reconsideración de las claves sistémicas que eviten en el futuro este tipo de catástrofes. Pero al igual que en cualquier proyecto de inversión, no alcanzar el “punto muerto” invalida y hace estériles todas las sumas y esfuerzos comprometidos. Y la crisis de confianza no da su brazo a torcer, está aun muy lejos de su punto de inflexión.
Días atrás lo propuso un contrito Alan Greenspan, al que se unió el Nóbel Krugman liderando un coro de voces de máxima autoridad. Los responsables monetarios deben actuar de forma inmediata. Someter al sistema a una evaluación por pruebas de “stress testing” puede aportar importantes datos de siniestralidad potencial. De mayor relevancia aún se erige la medida de forzar la clasificación de sus activos dudosos con estrictos criterios de valoración sin dar pie a ningún tipo de ingeniería contable. A renglón seguido, aquellas entidades que presentaran un nítido desequilibrio patrimonial deberían ser intervenidas , esto es, nacionalizadas, para proceder a su saneamiento. El ejemplo sueco de 1992, aunque de muy inferior dimensión, puede ser un referente. Los Bancos solventes continuarían en el mercado. Los Zombis, insolventes e incapaces de otorgar nuevos préstamos, serían apartados hasta una nueva y viable encarnación. La actividad se reanudaría en un escenario depurado y creíble.
Con posterioridad, cortada la sangría y restablecida la confianza, las entidades intervenidas con cargo al erario publico y en consecuencia al bolsillo de los ciudadanos, podrían, cuando así convenga, en el número, modo y plazo que sea menester, retornar al libre mercado, permitiendo a aquellos que han sufragado la intervención recuperar, en su caso, vía ingresos públicos sus contribuciones fiscales.
Solo así se podrá iniciar la normalización de la economía real y acometer las medidas de medio plazo, sistémicas y de gobernanza, que reclama vehementemente la colectividad.
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