¿Por qué nadie predijo la Crisis?
Manfred Nolte
En el curso de una reciente visita de Isabel de Inglaterra a la “London School of Economics” la Soberana aprovechó para hacer ante la reputada Institución Académica londinense la pregunta del millón: ¿Por qué nadie predijo la Crisis? La Academia Británica recogió el guante dialéctico y ha respondido a la Reina mediante una carta fechada el 26 de Julio. (http://media.ft.com/cms/3e3b6ca8-7a08-11de-b86f-00144feabdc0.pdf).
En realidad, comienza el escrito, mucha gente previó la crisis. Ahí están los exhortos recurrentes del Banco de Pagos Internacionales de Basilea, señalando que los mercados no reflejaban adecuadamente los riesgos inherentes. De hecho Basilea II, con sus pros y contras, se aplicaba de una forma extremadamente desigual en la geografía financiera del Planeta. Los desequilibrios entre bloques también eran notorios. El desarrollo espectacular de los países emergentes financió el consumo occidental sin límite a través de las esclusas de sus balanzas por cuenta corriente. Los bajos retornos de las inversiones financieras y la liquidez sin límite empujaban a nuevos escenarios de riesgo. Lo que nadie previó adecuadamente, reconoce la misiva, fue la forma exacta en que tendría lugar, su temporalidad y la ferocidad de su desarrollo.
Frente a las advertencias de los menos, la mayoría se mostraba convencida de que los Bancos sabían lo que se hacían. Se pensaba que los magos de las finanzas habían desarrollado nuevos y más inteligentes métodos para gestionar el riesgo, a través de instrumentos que los eliminaban de forma virtual. Nadie podía pensar que su juicio fuera erróneo, o que la incompetencia desbordase la interpretación de los acontecimientos de forma simultanea a la que la avaricia anestesiaba cualquier alarma acerca de escenarios adversos. La economía se había encaramado al tablado del bienestar. Su tendencia era alcista, las familias disfrutaban de un alto nivel de ocupación, las empresas se financiaban a costes razonables, los Gobiernos se beneficiaban de ingresos crecientes que sufragaban los requerimientos del electorado de forma relativamente satisfactoria. El marco psicológico alejaba cualquier posibilidad de siniestro. En todo caso la inercia apuntaba hacia regulaciones mas laxas, mayor imperio del mercado, fe inquebrantable en que, en su caso, como aconteció con el estallido de la burbuja tecnológica, el sistema era capaz de regenerarse en un plazo record, compensando con creces los frenazos y derrapes transitorios implícitos a todo proceso de aceleración. Todo el mundo desempeñaba su trabajo adecuadamente y de acuerdo con los estándares del éxito convencional.
¿Dónde estaba el problema? Según concluye la academia británica, “el fracaso en anticipar la temporalidad, alcance y severidad de la crisis, aunque sujeto a muchas causas, se debe principalmente al fracaso de la imaginación colectiva de mucha gente brillante, para interpretar el riesgo del sistema como una totalidad”.
Las conclusiones extraídas del debate de los 33 ilustres firmantes del documento, orillando el argumento autoridad, constituyen cuando menos un ejemplo de eufemismo, una largueza y benevolencia extrema en su interpretación. Achacar la devastadora crisis actual al “fracaso de la imaginación colectiva de mucha gente brillante” equivaldría a justificar las execrables tropelías de los campos de exterminio nazis como un mero desliz en la orientación del fenómeno étnico por parte de los gestores del Reich.
Hay un sustrato aprovechable en la opinión de los expertos británicos: que el sistema se comportó de forma tendenciosamente gregaria, con una codicia tan desmesurada como encubierta y que las profesiones económicas a nivel académico, gubernamental y de los medios de comunicación sucumbieron a su propia arrogancia y estrechez de miras. Pero mas que “al fracaso de la imaginación colectiva” hay que atribuir el crac presente al fracaso de una acción colectiva anticuada y obsoleta, donde nadie encaraba un incentivo particular para proteger los recursos globales. A esto se le denomina un fallo de mercado y de su forma de gobernabilidad.
Dicho de una forma llana: La economía necesita estar mejor gobernada. Cuánto mejor, abre un debate sobre el sistema que dista mucho de estar maduro. Pero no parece aventurado sugerir que deberá inspirarse en fuentes de mayor coherencia moral y acudir previsiblemente a enfoques multidisciplinarios, las ciencias políticas, la psicología, la antropología.
Proclamar que la presente crisis es el resultado del fracaso de la imaginación colectiva es un modo pulcro de evitar culpar a alguien en particular. Pero si algo ha revelado la plaga de la recesión que vivimos es que sus culpables han quedado claramente identificados.
Previsiblemente, la Reina de Inglaterra habrá optado por la sana práctica de compulsar la respuesta recibida con otras de distinto origen y condición.
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